“Esto dice el Señor Dios: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas.” Una de las cosas que puede desafiarnos más es el conocer a Jesús y tener una relación profunda, personal e íntima con él. Es difícil para nosotros tener una relación con alguien a quien no podemos ver o con quien no podemos comunicarnos, alguien a quien no podemos oír. Pero la verdadera pregunta es, ¿lo queremos? ¿Queremos conocer a Jesús en un modo íntimo y entender la verdad de lo que él personalmente ha hecho por nosotros? ¿Queremos escucharlo compartir con nosotros como nos liberó del yugo de la esclavitud al pecado y a la muerte? ¿Queremos experimentar cuanto nos ama? A veces esta relación puede sentirse muy personal como Jesús ya sabe todo lo que hemos dicho y hecho; todo lo que hemos dejado de decir y hacer. Eso nos asusta – nos aterra que alguien que no podemos ver o escuchar nos conoce mejor que nosotros mismos. La relación ya es personal e íntima, ¿por qué no ir más profundamente? El don de la fe nos dice que Cristo siempre está bien cerca de nosotros, pero especialmente cuando oramos, leemos la escritura, celebramos un sacramento o nos reunimos en su nombre. Debemos aprender a depender de la gracia de Dios y confiar en su amor y misericordia así podemos poner nuestra esperanza en Cristo; así podamos escuchar su voz, compartir nuestros pensamientos y seguir su ejemplo. Comienza con un simple deseo de conocer a quien ha viajado desde el cielo para conocernos. Quien ha entrado en nuestra humanidad para reunirnos y traernos a casa. Una de las imágenes frecuentemente usada en las Escrituras para ayudarnos a entender la relación entre Dios y sus hijos es la del Buen Pastor y las ovejas de Dios. Jesús dice, “Yo soy el buen pastor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo mismo apacentaré a mis ovejas… Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil.” Cuando estamos perdidos y confundidos, Jesús viene a buscarnos. Cuando estamos descarrilados de la casa de Dios, Jesús nos trae de vuelta a casa. Cuando estamos heridos, Jesús nos ayuda. Cuando estamos enfermos, él nos conforta. Oremos entonces por un conocimiento profundo, personal e íntimo de Jesucristo quien sufrió y murió por nosotros para que podamos escuchar su voz más libremente, verle más claramente, encontrarlo más profundamente, seguirlo más de cerca día tras día.