De todas las críticas que algunas denominaciones protestantes han hecho contra la Iglesia Católica, la denunciación de la devoción Mariana me parece la más infundada. El tema se discute como si nosotros, como católicos, debiéramos defender nuestra práctica, sostenida por 2000 años, de amar a la madre de Jesús, cuando en realidad debería ser al revés. Los católicos no tienen que defender nuestro amor a María, sino que las denominaciones que han rechazado este amor deben explicar por qué ya no mantienen un precepto original de la religión Cristiana. La realidad es que esta actitud hipercrítica hacia María es un desarrollo muy reciente. Ni siquiera los protestantes originales eran anti-marianos. El rey Enrique VIII tenía una fuerte devoción a la Madre Santísima incluso cuando fundaba la Iglesia de Inglaterra. Ulrich Zwingli, John Calvin y Thomas Cranmer, fundadores principales de diferentes denominaciones protestantes, mantuvieron con vehemencia el rol de María en la historia de la salvación. Sin embargo, entre los fundadores protestantes, ninguno fue más fervoroso en su amor a la Santísima Virgen María que Martín Lutero, quien escribió varias obras que promovían la devoción a la Madre de Dios, la más sorprendente de ellas una obra en la que defiende la Inmaculada Concepción de María, una doctrina católica que no sería oficialmente reconocida hasta trescientos años después de su muerte. Es por esta razón que a menudo digo bromeando que la primera tarea de los católicos no es convertir a los protestantes al catolicismo, sino más bien convertir a los protestantes al protestantismo. Pero, dejando a un lado las bromas, menciono estas cosas simplemente para arrancar la máscara de la acusación de que la devoción mariana es algo ajeno al cristianismo. No hay fundamento tradicional o bíblico que apoye tal afirmación. Al contrario, la tradición y las escrituras de la Iglesia dejan muy claro la indiscutible importancia de la Madre Santísima y su rol en la historia de la salvación. La pregunta, por lo tanto, no es “¿Debemos honrar a la Santísima Virgen María?” sino “¿Por qué y cómo debemos honrar a la Santísima Virgen María?” Durante las próximas semanas, nuestras reflexiones intentarán responder a esta pregunta. Mi esperanza es que a medida que nos sumerjamos más profundamente en la fe de esta mujer, llegaremos a una apreciación resoluta de su rol en la vida de la Iglesia y de la inestimable vocación que posee como la primera y más perfecta cristiana.