“Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo.” La Epifanía del Señor es un gran momento en la historia y una asombrosa imagen en las escrituras para nosotros llevarla a contemplación en oración y considerar el deseo de Dios de estar con nosotros y de caminar con aquellos que hicieron la posibilidad de estar en la presencia de Dios el evento más importante y la posesión más preciosa de su vida. Debemos  tomar a pecho la Epifanía y en oración silenciosa porque podemos aprender tanto de nosotros y hacia donde nuestra propia jornada nos está llevando. Debemos dar una mirada más cercana a este encuentro con lo Divino, puesto que nos ofrece una valiosa lección sobre los corazones de las personas que fueron incesantes en su búsqueda para encontrar al Señor. Habla de individuos que ayunaron de las comodidades y riquezas de su propia vida porque estaban más hambrientos y sedientos de la vida de Dios. Nos permite entrever dentro de las almas de individuos que no deseaban nada más que adorar al Señor y ofrecerle los regalos más finos que le podemos dar a Dios; el precioso regalo de un corazón no dividido y nuestra atención no dividida. ¿Por qué estos individuos que tenían todo lo que la vida podía ofrecer: riqueza, prestigio, inteligencia, estatus, dejan la comodidad de sus hogares y tierras para seguir una estrella? ¿Por qué prescindirían de su trabajo y empresas en los que trabajaron tan arduamente para establecer y que les proporcionaba lujo y seguridad para seguir un sueño? ¿Por qué se separarían de sus familias, amigos, sociedad y de los privilegios que les otorgaron como hombres sabios para validar una profecía? ¿Por qué arriesgarían una jornada tan larga, peligrosa a través de tierras desconocidas, terrenos accidentados, territorios hostiles para ver a un niño? Porque simplemente ellos creyeron. Ellos esperaban encontrar al Cristo. Su fe les dijo que la profecía era verdadera. Ellos deseaban ver el regalo de nuestra salvación más que nada. ¿Qué harías para ver al Cristo, al Mesías, al Hijo de Dios? Tal vez podemos empezar por desear pasar más tiempo en oración y tener un mayor anhelo de encontrar a Jesús en adoración y ofrecerle atención no dividida y darle el regalo de un corazón no dividido. Las Escrituras dicen que por derecho la adoración pertenece al Cordero de Dios. La adoración simplemente requiere que busquemos el rostro de Dios. El desear estar en la presencia de Dios. El desear estar con Dios más que nada. El silenciar nuestros teléfonos y silenciar nuestros corazones y ponernos en la presencia de lo Divino. Padre Iván