“El que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos, para llenarlo todo.” Frecuentemente contemplo la gran belleza del Cielo; la posibilidad de poseerla, la esperanza de morar en él, el regalo de la paz eterna. También pienso en como adultos perdemos la esperanza del Cielo, el deseo de obtenerlo, el anhelo de paz. Frecuentemente pregunto, ¿quién quiere ir al Cielo? Frecuentemente me sorprende la respuesta poco entusiasta y me entristece la falta de deseo de estar con Dios en  un lugar de paz absoluta creado para ti y para mí; un lugar de amor eterno, perpetua paz, eterno gozo por siempre, ¿y quién no querría esto? Nuestras mentes han sido ocupadas por tanto ruido; nuestros oídos están llenos de él, nuestras vidas están gobernadas por él, nuestras esperanzas están disminuidas por él, nuestros sueños silenciados por él – amamos el ruido.   Amamos tanto al ruido que cuando no lo tenemos, lo creamos, lo buscamos, lo hacemos. El Cielo, por otro lado, anhela silencio, se busca en la tranquilidad, se encuentra en la quietud. Detente por un momento; dale un descanso al ruido, dale una oportunidad al silencio. Crea una oportunidad para experimentar la belleza de lo Divino, la presencia de tu Creador y la posibilidad del Cielo. ¿Cómo se ve el Cielo para ti? ¿Es real? ¿Es posible para ti? Estoy siempre agradecido y siempre lleno de mucho gozo cuando le pregunto a los niños, ¿Quién quiere ir al Cielo? Con manos bien en alto ellos gritan “Yo quiero, yo quiero”. Me conmueven e inspiran con su entusiasmo y con su visión del Cielo que ellos ven y experimentan. Un lugar donde el cielo siempre está azul, con un océano de nubes. El sol es tan brillante y la hierba siempre es verde. Hay flores y árboles y ángeles por todas partes. Nunca nadie se enferma ahí y nadie muere ahí,  ellos viven por siempre. Imagina que Jesús dejó este lugar increíble para entrar en nuestro mundo oscurecido lleno de putrefacción y enfermedad, ruido y confusión, pecado y muerte. Él hizo esto porque Dios realmente nos ama. Dios nos desea y espera que lo amemos y deseemos regresar a nuestro verdadero hogar; el paraíso que fue creado para nosotros para morar con Dios en paz. No por un momento tranquilo o por un día en nuestra vida sino para siempre, por la eternidad. Cristo murió como propiciación de nuestros pecados, él resucitó de entre los muertos para liberarnos de la corrupción, el ascendió al  Padre para preparar un lugar para nosotros. Entonces, ¿quién quiere ir al Cielo? Yo quiero, yo quiero. Padre Iván.