El Maestro manda preguntar: “¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Mientras viajamos por la vida, nos encontramos dirigiéndonos en esta dirección o en esa dirección, a veces a un paso tan apurado. ¿Alguna vez consideramos hacia dónde vamos? ¿Alguna vez preguntamos, hacia donde me dirijo? ¿Tengo un momento para disfrutar mi entorno? ¿Me perdí de notar la belleza a mí alrededor? ¿Reconocí a Jesús caminando a mi lado? ¿Escuché su voz? ¿Encontraron sus palabras un hogar en mí? ¿Ardieron dentro de mí encendiendo un fuego de esperanza, discernimiento, asombro y admiración? ¿Te hizo detenerte a considerar hacia dónde estás yendo verdaderamente? ¿Hacia dónde te estás dirigiendo verdaderamente? ¿Está Jesús delante de ti o detrás de ti dirigiéndose en la dirección opuesta? Nuestra vida a veces puede ser como el Camino a Emaús. Presumimos ser grandes seguidores de Jesús cuando, de hecho, estamos viviendo a un paso tan rápido y furioso que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo manejando mientras hablamos, charlamos mientras caminamos, comunicándonos mientras pedaleamos, compartimos mientras simplemente vamos a alguna parte. Y todavía Jesús es nuestro compañero cuando estamos manejando. Jesús está justo a nuestro lado cuando salimos a caminar, a trotar, a correr. Jesús está incluso ahí cuando hacemos ciclismo a grandes velocidades o en un grupo de dos o tres. E incluso cuando nos dirigimos en la dirección equivocada o simplemente estamos confundidos y perdidos, Jesús está ahí tratando de llamar nuestra atención, pacientemente esperando por un momento tranquilo para tener un chance para hablar, para suavemente darnos la vuelta para seguirlo a él a un mejor sitio, a un paso menos ajetreado, a un espacio más tranquilo, donde podamos compartir nuestros pensamientos, nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestra vida tan ocupada, llena, perfecta o enmarañada como pueda estar. Jesús está buscando un lugar en nuestro día, en nuestro horario, en nuestra vida para simplemente sentarse con nosotros por un momento, por un receso, tal vez incluso por una hora. Lejos del ruido, sin distracciones, sin tener que competir por nuestro tiempo, nuestra atención, nuestro amor. Para simplemente estar quietos, ser auténticos, ser amados. Para compartir una historia, un acontecimiento actual o una experiencia no tan buena. Para intercambiar una palabra, para orar o para no decir nada en absoluto y permitir que el corazón le hable al corazón o que las lágrimas le hablen a las lágrimas. ¿Has preparado un lugar en tu corazón para comer con Jesús? ¿Es un espacio tranquilo? ¿Hay suficiente lugar? ¿Está lista la mesa? ¿Hay flores en la mesa? ¿Encendiste una vela? ¿Hay música? ¿Invitaste a Jesús a tu corazón esta temporada y le diste direcciones de cómo llegar? Padre Iván