Desde el abismo de mis pecados clamo a ti; Señor, escucha mi clamor.”  Tú que nos llamas amados, tú que nos creaste en belleza, tú que nos hiciste objetos de tu mirada y el deseo de tu corazón. Tú que nos hablas en el gran silencio, tú que descubres nuestra vergüenza luego capturas nuestros corazones. Oh Santo Fuerte, tú que eres la causa de nuestra alegría, el alimento que nutre nuestros pobres espíritu y refrescas nuestras almas cansadas. Oh Señor Clemente, tú que eres el que está hambriento de nuestra atención, quien clama por nuestro amor, quien desea nuestras vidas, quien haces brillar la luz de nuestros ojos, quien saca la bondad de nuestros corazones, quien toca nuestra misma existencia y causa que nuestro propio ser se sacuda. Oh Señor, la fuente de gracia abundante y de la misericordia sin fin, escucha nuestro clamor. Cuando las palabras de ira y las conversaciones de odio nos lesionan, cuando las acciones sin caridad y la falta de compasión de los demás nos hieren, escucha nuestro clamor puesto que nos hace pensar en lesiones pasadas, en heridas sanadas, en experiencias desagradables. Nos enfocamos en los tiempos en que hemos sido reducidos a nada, a un envase vacío, a un mero espectáculo, a una pelusa, a una partícula de polvo que sopla el viento y cómo estos momentos nos hacen sentir tan minimizados, sin dejar lugar a opciones o compasión, sin escape, sin nada que hacer más que llorar como un niño, achicado, humillado, reducido a lágrimas. Oh Dios Amoroso y Padre Fiel, pienso en los muchos momentos en que experimenté esta impotencia o me volví indefenso, o me he sentido expuesto, vulnerable, solo, reducido a la humildad, a la mansedumbre, ahogándome en un torrente de lágrimas, luego más lágrimas, una compuerta de lágrimas. Nada puede hacer uno sino llorar. Nadie oye una voz silente, a nadie le importa un corazón sollozante, nadie puede jamás entender el alma que llora desde lo más profundo.  Pero tu Oh Señor, Dios del pobre y del abandonado oyes lo que nadie más oye. Tú ves lo que nadie más ve puesto que tu mirada penetrante traspasa nuestros exteriores estremecidos, nuestra máscara humana, nuestra mirada en blanco.  Gentilmente tocas lo que está roto, sanas lo que está lesionado y no se puede reparar. De las profundidades de nuestra oscuridad, tú oyes nuestro clamor. Incluso a través del ruido de la indiferencia y el parloteo del arrogante y los alardes de los poderosos y las carcajadas del ignorante, tú nos oyes, Oh Señor. Tú oyes nuestro clamor, tú oyes nuestra voz. “Desde el abismo de mis pecados clamo a ti; Señor, escucha mi clamor; que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.” Padre Iván