Vigésimo Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario

La Parábola de la Viña

Mi amado tenía una viña en una ladera fértil. Removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas; edificó en medio una torre y excavó un lagar. Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio uvas agrias. Ahora bien, habitantes de Jerusalén y gente de Judá, yo les ruego, sean jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más pude hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias? (Isaías 5:1-4)

Amadísimos hijos de Dios, el Señor ha hecho grandes obras por nosotros, Él nos ha dado todo cuanto necesitamos para que produzcamos frutos dulces y abundantes. Dios, siendo Dios lo dio todo, lo entregó todo por nosotros y por nuestra salvación. Él nos ha dado la gracia, la vida, la sabiduría, el entendimiento, la nutrición con su Cuerpo y su Sangre y el amor para que podamos producir paz y justicia. ¿Qué más pudo hacer Dios por nosotros? Pensemos por un momento si el Señor viniera en esta mismo memento a recoger los frutos que hemos producido, que viniera a nuestro viñedo a recoger las uvas, ¿qué sería lo que encontraría? Tengo miedo a responder esa pregunta. Sé muy bien que mi propio pecado contribuye en parte a que las uvas sean amargas, que mis buenos actos no han sido suficientes para que fueran más dulces, que no fui suficientemente auténtico para producir uvas de verdad, que en muchas ocasiones solo pretendí ser bueno. Es muy importante reconocer que dentro de nosotros existe un deseo innato a la santidad, ¿y por qué razón poseemos ese deseo? Porque se nos fue dado a todos. En algunas personas este deseo de santidad está vivo y activamente invitando a la persona a la conversión y al discernimiento; en otras personas este deseo de santidad está dormido, como congelado en sus corazones fríos a causa de sus penas, dolores, heridas, y cicatrices dejadas de las experiencias de su pasado y de las injusticias que hunden sus conciencias en el abismo del dolor y el rencor. Estas son cadenas pesadas que hay que romper.

Como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, no podemos decir que no es nuestro problema cuando alguien está actuando errado, injusto o malvadamente. La verdad es que nuestros malos actos afectan a todos en cambio nuestros actos de bondad ayudan a todos, además, inicia un proceso de restauración que tiene el poder de romper las terribles cadenas que cargan las familias por muchas generaciones.

Lo que realmente estoy tratando de decir es que todos tenemos todo lo que necesitamos para ser buenos, amorosos, misericordiosos, y santos; todo lo que tenemos que hacer es ayudarnos los unos a los otros. El primer gran paso para cambiar la gente a me rodea, es reconocer que yo necesito cambiar, después de eso gran sabiduría comenzará a despertar, y algunas gracias especiales llegaran como corrientes de agua que alimentaran nuestros viñedos. Esto comenzará a tener efecto en los demás, descongelando los corazones más fríos y de repente deseos por el bien y el amor comenzarán a brotar. Todos los hijos e hijas de Dios fueron creados buenos, con la capacidad de producir dulces y hermosos frutos. Lo que sucede que algunos de ellos no lo saben o están enceguecidos por el inmenso dolor, por el sufrimiento y las heridas de la vida, y el enemigo tomando ventaja de esto los engañan y les confunde. Nuestro llamado, nuestra vocación, nuestro deber es ayudarles a descubrir la Verdad que es Cristo, recordarles lo buenos que fueron creados y lo maravillosos que son ante los ojos de Dios. Si nuestra sociedad no está produciendo buenos frutos, si lo que estamos produciendo es amargo e inauténtico, yo debo hacer una pausa en mi vida y darme cuenta que yo como Cristiano, como Católico, como discípulo de Cristo, no estoy haciendo lo suficiente.

Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

Reflexión del Padre Juan

“No se dejen transformar por los criterios de este mundo; sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.” (Romanos 12:2).

Hoy en día, se nos hace más fácil acomodarnos a esta cultura aunque en el fondo estemos en desacuerdo con muchos aspectos de esta generación. Nos mantenemos callados ante la maldad porque nos acostumbramos, lo vemos normal, o solo para seguirle la corriente, o porque es mucho más fácil así, o inclusive porque aprendimos a ser completamente indiferentes ante las inmoralidades, la falta de valores, y la oleada de información falsa o alterada que se experimentan en los medios de comunicación. El Señor nos invita a que despertemos del letargo en que vivimos, Dios quiere que reflexionemos y actuemos de acuerdo a lo que es bueno, a lo que le agrada a Él, y a lo que es perfecto. Esto significa hacer escuchar nuestras voces y expresar claramente que no nos estamos conformando a las cosas de este mundo, para juzgar y comprender cuando algo es malo y permanecer firmes expresando nuestra inconformidad, hacer todo lo que sea necesario para cambiarlo, y finalmente estamos llamados a la acción, más específicamente hacer lo que es BUENO, BONITO Y VERDADERO. Estos son los tres aspectos de Dios y todo lo que viene de Dios es bueno o bonito o verdadero.

Para hacer lo que es correcto de acuerdo a la voluntad de Dios debemos salirnos de nuestra zona de comodidad, es una invitación a formar y purificar nuestras conciencias y aprender intelectual, emocional y espiritualmente que es bueno a los ojos de Dios.

Este tiempo está contaminado con ideologías y tendencias maliciosas y diabólicas que amenazan la dignidad del ser humano y también atacan directamente a nuestras familias y su unidad. Debemos hacer todo lo que sea necesario para salvaguardar la integridad de la familia y guiarlas con la verdad misma que es Cristo.

Hoy en día hay muchos que se han alejado tanto de la verdad que es difícil para ellos distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo inmoral, hasta tal punto que no pueden ya distinguir entre la vida y la muerte. De la única manera que les podemos ayudar es sacándolos de su oscuridad con una amorosa invitación a experimentar el amor y la misericordia de Dios, mostrándoles la luz de Cristo, su Palabra, sus Mandamientos, que reciban la Gracia Santificante a través de los Sacramentos y especialmente a que experimenten la mayor de las verdades, esto es que son amados incondicionalmente por Dios. Una vez experimentamos el verdadero amor, que solo viene de Dios, entonces no estaremos muy lejos de la perfección, solo necesitáremos abandonarnos completamente a Dios y su Espíritu nos renovará y nos conformará a la Santa Voluntad de Dios.

Vigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario

Reflexión del Padre Juan

El pecado del orgullo

(Sermón de San Juan Vianney)

“Yo no soy como los demás” (Lucas 18:11)

Así como el Fariseo también nosotros nos podemos llenar de orgullo y sentirnos de alguna manera mejores que los demás. Este terrible pecado invade los corazones, los oprime y no los deja brillar con el verdadero valor y dignidad de ser hijos amados de Dios. El orgullo es la fuente de todos los vicios y la causa de todos los males que acontecen y acontecerán hasta el final de los siglos. Unos se muestran orgullosos porque creen tener mucho talento y otros porque poseen bienes, posición, influencia, poder, reconocimiento, entre otros. Ante todo esto lo que deberíamos hacer es temblar ante la temible cuenta que Dios nos pedirá algún día. Amadísimos, por un acto de orgullo que solo dura un instante, traemos a nuestras vidas un sinfín de sufrimientos, pesares, angustias, desprecios, ansiedades y dolores; no solo a nuestras propias vidas, sino también a las vidas de nuestros seres queridos. El pecado del orgullo en cuanto más domina a la persona, menos culpable se cree. El orgulloso cree que todo lo hace bien, que todo lo dice bien. Algo muy profundo y  maravilloso para meditar y llevar hasta lo más profundo de nuestro corazón es lo que hizo Dios para expiar este terrible pecado, pues Jesús quiso nacer en una familia pobre, en condiciones humildes y al final de su vida,  ser desposeído de todo. Jesús para enseñar a sus discípulos en el momento en que ellos estaban preocupados de quien era el más importante entre ellos, tomando una jarra con agua y una toalla se puso a lavarles los pies a todos, para así mostrarles que aquel que quiera ser el más grande, debe servir  a todos. El orgullo impide la acción de la Gracia de Dios, la humildad por otro lado la atrae la gracia, la bendición, el amor y la virtud. Mis queridos hermanos, ¿cómo podemos nosotros saber si estamos cayendo en este terrible pecado? Muy fácil, el sentir de nuestro corazón nos lo puede revelar. Cuando empezamos a sentirnos mejores que los demás, cuando sentimos que tenemos el derecho de juzgar, cuando en vez de tener una actitud de agradecimiento, siento que todo lo merezco por mis propios méritos, y especialmente cuando desprecio los mandamientos de Dios porque pienso que yo se mejor y en vez de obedecer a Dios, decido excusar mis malos comportamientos. Señor, ayúdanos a vencer el pecado del orgullo con tu gracia y con      tu amor, enséñanos con tu espíritu a vivir en la humildad.

Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario

“Que se cumpla lo que deseas.”  Recuerdo los días de mi juventud, en que me dijeron y condicionaron a creer y considerar una mejor vida – una vida que sería más fácil, más rica – toda con respecto a mí.  A menudo escuchaba a mis amigos hablar de un día tener una casa grande, un trabajo presuntuoso y conseguir un auto veloz.  Sus esperanzas y sueños se convirtieron en lo que yo más desearía.  Como niños, frecuentemente jugamos a: “¿si tuvieras tres deseos; qué desearías?” Mi respuesta siempre fue la misma.  Yo desearía riqueza y poder y tres deseos más para poder tener más riquezas y más poder y más deseos. A medida que maduré en mi espiritualidad, llegué a comprender que estos son los medios, los modos, los métodos, con que el Diablo nos distrae, nos separa y seduce lejos de la bella presencia y rostro de Dios. Que al conseguir que queramos más cosas, buscar más estatus es la manera que Satanás llama nuestra atención lejos de la mirada sagrada que Cristo tiene sobre nuestros corazones y que nuestros ojos debieran tener en su Santa Cruz y su Sagrado Corazón.  ¿Qué pasaría si realmente pudieras pedir deseos a una estrella; qué pedirías?  ¿Te traería verdadera felicidad?  Del tipo que satisfice tu profundo anhelo de gozo verdadero; del tipo que nunca desvanece.  ¿O desearías tener tres deseos más?  ¿Qué pasaría si te encuentras vencedor de un juego de tiro del hueso de la suerte, qué desearías?  ¿Pedirías una larga vida, una familia mejor, ese trabajo de salario impresionante?  ¿Te haría eso verdaderamente feliz; darías gracias a Dios que tu deseo se hizo realidad?  Qué pasa con el deseo anual cuando cierras los ojos y soplas las velas; deseas algo que te acerque a Cristo; elevaría él su voz en gozo y diría, “Oh hijo bendito de mi Padre – ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas.”  Jesús dijo, “cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre”.  Que tu deseo te acerque a Cristo, te ayude a producir buen y Santo fruto y que dé gloria sin fin a Dios nuestro Padre. Que vivas feliz para siempre.  La paz y bendiciones siempre, Padre Iván

Décimo Noveno Domingo del Tiempo Ordinario

“Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla…”   La imagen de la barca es usada a lo largo de las Escrituras para indicar como Dios asiste a su pueblo en la jornada de un estado de vida a otro.  Un estado de vida que permanece bajo el vigilante y gentil cuidado de Quien nos invita a buscarlo, a anhelarlo, a venir a él, a encontrarle clementemente esperando por nosotros del otro lado.  Aquellos que escojan embarcarse en la jornada se encontrarán transformados por siempre.  Ellos se encontrarán en un lugar nuevo, con un sinfín de oportunidades de comulgar con Dios.  Considera como Noé y su familia viajaron con las criaturas de Dios en una barca y con la ayuda de la gracia de Dios sobrevivieron el diluvio.  Después de una jornada larga y difícil, se encontraron en una tierra liberada de la devastación del pecado; un lugar limpio de la maldad – un nuevo día, un nuevo comienzo, una nueva vida, un mejor lugar.  O considera el momento en que Jesús llamó los discípulos de su barca, de su sustento, de su familia.  Sus vidas fueron transformadas de ordinarias, de simples pescadores a grandes pescadores de hombres.  O considera cuando los discípulos se encontraron en una barca siendo sacudidos por una tormenta violenta.  Jesús los encuentra a lo largo del camino y transformó sus miedos, sus dudas, su frustración, sus angustias en un lugar de paz. O considera como Jesús frecuentemente enseñaba a las grandes multitudes desde una barca perforando sus corazones con sus palabras, con sus prédicas, con sus enseñanzas.  Derritió sus corazones pedregosos luego alimentó al hambriento, curó al enfermo, restauró su dignidad, les trajo a un mejor lugar.  O considera como después de escuchar la triste noticia de la muerte de Juan el Bautista, Jesús se fue solo en una barca a un lugar desierto.  Mientras flota a lo largo del agua, él va al Padre; el comparte su dolor.  La jornada transforma su situación actual.  Él se aflige, él llora, él ora, él se fortalece; continúa su propia jornada hacia la Cruz.  La barca es simbólicamente nuestra jornada.  En ocasiones podemos encontrar una tormenta violenta o un día soleado interminable.  Podemos encontrar un diluvio o un suave navegar a lo largo del camino.  Hasta podemos encontrarnos en aguas desconocidas o aguas que son suaves, calmadas, contemplativas, sanadoras.  En cualquier caso, el viaje vale la pena tomarlo porque lo que nos espera del otro lado es una amorosa sonrisa, es una bienvenida a casa, es un beso de paz, es nuestro Padre amoroso.  Que su paz esté siempre con ustedes.  Padre Iván

Décimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario

“No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca.” ¿Alguna vez te has sentido tan solo aunque pareciera estar sucediendo tanto alrededor tuyo – un mundo lleno de ruidosa música, tráfico rápido, momentos apresurados y ocupados con toneladas de conversaciones y sin embargo, en medio de tanta actividad, permaneces invisible a un mundo concurrido que continúa en silencio ante tu grito de ayuda, o permanece distante a tus gritos insonoros? ¿Alguna vez te has sentido tan desesperanzado que ni siquiera Dios pudo alcanzarte o tan desvalido que Dios no pudo ayudarte? La vida por momentos puede ser abrumadora, la familia puede agotadora, las relaciones pueden volverse pesadas y el trabajo puede simplemente volverse inútil e insatisfactorio. ¿Qué haces cuando parece que no hay una solución fácil para tu problema, ni un alivio aparente o un final a la vista, todo parece ser inútil, desesperanzado e inservible y la situación sólo se empeora? ¿A dónde vas por ayuda? ¿A quién recurres? Por favor, no te rindas. Dios siempre está ahí para nosotros. Dios siempre está ahí para ti. Solo tenemos que correr hacia él y pedirle un abrazo cariñoso, un hombro en el que llorar o un oído que nos escuche.  En momentos urgentes, como aquellos en los que no le importamos a nadie o no entendernos o te encuentras con esos momentos desesperados que provocan ansiedad, problemas, o pérdida o en que sufres esos momentos difíciles que llevan a la oscuridad, a la desesperación, a la depresión, al desaliento o a la desolación, necesitamos buscar a Dios, especialmente en momentos de gran necesidad.  En un momento de crisis, yo busqué al Señor en gran soledad.  Le pedí al Señor que me sostuviera como una madre sostiene a su niño; como un padre sostiene a su hijo. Le pedí a Dios que pusiera su mirada sobre mi corazón y que ponga mi mirada en la suya. En un profundo silencio escuché a una voz decir, “tú ¿qué sabes?, tú ¿qué sabes?” Entendí que se me pedía que considerara qué conocimiento yo poseía que era absoluto e inmutable. Después de un breve momento de reflexión yo dije, “Señor, yo sé que tú me amas y me has perdonado y que tú nunca me has abandonado o te has dado por vencido conmigo y que siempre has proveído y que siempre proveerás para mí.” El Señor respondió, “bien”, se me pidió que nunca olvidara lo que sé, especialmente en esos momentos de angustia puesto que la gracia de Dios nos ayudará a superarlo porque somos amados, cuidados y nunca estamos solos. Esta es una gran fuente de consuelo, alivio y paz por lo que nunca te olvides de lo que sabes.  Padre Iván

Décimo Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario

“Pídeme lo que quieras, que yo te lo dare.” Qué amorosa invitación ofrece nuestro clemente Señor a Salomón y también la extiende a cada uno de nosotros.  Seguramente podemos pedir cualquier cosa que queramos a Dios y lo hacemos.  Le pedimos por fama y fortuna, por estatus y confort, por alivio y tranquilidad, por larga vida y posteridad, por una casa grande y un carro lujoso, sacar el premio y ganar la lotería. Pedimos a Dios tantas cosas – tantas cosas que ocupan nuestro espacio, consumen nuestro tiempo, nos mantienen bien ocupados. Pero, ¿podrán las cosas que pedimos traernos paz?  No la paz temporal que buscamos en momentos difíciles pero el tipo de paz que dura a través de cada momento.  El tipo de paz que dura para siempre, la paz que nos traerá dentro del Reino, la paz que nos traerá descanso eterno, la paz que sólo Dios puede dar.  ¿Las cosas que pedimos traen gozo duradero, la gracia de Dios, la verdadera felicidad?  Pedimos muchas cosas.  Pero las cosas que Dios está más complacido de darnos son las cosas que verdaderamente nos harían felices, que nos harían libres, que nos traerían la paz.  Dios está contentísimo de proveer las cosas que nos acercarán a él y nos mantendrán en su corazón por toda la eternidad.  Entonces,  ¿qué pediremos?  Pienso cuán feliz fue Dios al recibir la respuesta de Salomón.  Cómo debió ser una dulce fragancia, un aroma de buena voluntad cuando la respuesta de Salomón llegó a los oídos de Dios.  No pidió por materialismo o más tiempo o incluso daño a sus enemigos o a quienes le hicieron difícil su vida.  En cambio, el pidió por un corazón – un corazón  de discernimiento, un corazón que entendió la diferencia entre vivir una vida en armonía con la voluntad de Dios opuesta a esas cosas que nos dirigen a un camino equivocado – que nos alejan de la gracia de Dios, de la voluntad de Dios, de la paz de Dios. A veces somos débiles y permitimos que el mundo nos disuada de ser realmente felices. Permitimos que otros nos animen a llenar nuestras vidas con tantas cosas que se desvanecen y nos desvían. Entonces, ¿qué debemos pedir?  Si tu quieres ser realmente feliz y estar en paz pide por sabiduría de corazón. Será una dulce música para el oído de Dios.  Padre Iván

Décimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario

“Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?” Las escrituras nos recuerdan que, “la buena semilla son los ciudadanos del reino” y que “la cizaña son los partidarios del maligno.”  ¿Cual eres tú?  ¿Eres tú un grano de trigo o eres una cizaña?  ¿Se puede confiar en ti para hacer buen juicio sin soberbia, perjuicio, emoción u opinión?  Pienso en qué tan frecuente yo he juzgado mal a una persona, una situación o algo que pensé que entendía sólo para descubrir que estaba equivocado – qué tan frecuente he hablado mal, he errado, he juzgado mal. ¿Cómo respondemos en tales momentos y circunstancias en que no teníamos la respuesta correcta o la solución al problema?  ¿Cuándo nos interpusimos en permitir que la verdad se revelara o dirigimos a alguien en la dirección equivocada?  ¿Dijimos ¡uy!?  ¿Tuvimos el valor de decir lo siento o la fortaleza de admitir que nos equivocamos?  Necesitamos humildad para darnos cuenta que en ciertos momentos podemos estar ciegos, que juzgamos mal las apariencias, que a veces somos incapaces de ver la verdad real.  Realmente no somos buenos jueces de personajes, de personas, de situaciones, de nosotros.  ¿Cuántas veces hemos juzgado mal las distancias, los resultados, las conversaciones, el tiempo?  ¿Alguna vez tomaste un paraguas cuando parecía que iba a llover sólo para experimentar todo un día soleado o decidido no llevarte un paraguas contigo sólo para experimentar una lluvia torrencial?  A veces estamos en lo correcto, pero no siempre.  Si pudiéramos tan simplemente juzgar mal un libro por su portada, un regalo por su envoltura, una persona por su apariencia – ¿qué fácil podría ser juzgarnos mal, nuestras habilidades, nuestras limitaciones, nuestros sentidos, nuestras percepciones, nuestros juicios?  ¿Qué fácil sería juzgar mal si tu eres un grano de trigo o una mala semilla?  Podemos pensar que somos más fuertes de lo que realmente somos, más inteligentes que el resto, mejores en lo que hacemos, más rápidos que todos los demás – sólo para descubrir que no lo somos.  Podemos, por el contrario, tener una imagen negativa de nosotros, ser duros con nosotros, tener una baja autoimagen y negar el verdadero valor de nuestros dones, de nuestras habilidades, de nuestra vida – sólo para descubrir que estamos tan equivocados.  Sólo para descubrir que Dios realmente nos ama mucho.  Así que no seas un juez.  Más bien, se un santo y reza por el resto de nosotros.  “El que tenga oídos, que oiga.”  Padre Iván

Décimo Quinto Domingo del Tiempo Ordinario

“La semilla que cae sobre buena tierra producirá una fructífera cosecha.”  Iniciar un jardín es mucho trabajo.  Pero con paciencia, con perseverancia, con la ayuda de la gracia de Dios, se convierte en una labor de amor.  Qué privilegio es compartir en la belleza de la creación de Dios.  Amo la imagen de Dios como el Jardinero y nosotros el jardín.  Contemplo como Dios nos cuida y cultiva la belleza de su creación dentro de nosotros – desyerbándola, podándola, regándola.  Cuando la creación permite a Dios ser su jardinero, permanece hermosa, fragante, fructífera.  Pero cuando la creación rechaza la gracia de Dios se vuelve ácida, amarga, podrida, desagradable, mala, fea.  El Maestro Jardinero es siempre tan paciente, misericordioso y amable.  Él recrea; él produce una Rosa Mística – tan llena de gracia, tan dulce flor, sin mancha, belleza a los ojos del corazón de uno.  El llama María a su dulce rosa.  Su corazón es un hermoso jardín del amor de Dios.  Un nuevo Edén donde Dios escoge morar.  Un lugar para acoger la bondad de su creación y descansar en ella.  María es la nueva Eva – fiel a la Palabra de Dios, obediente a su llamado, humilde ante sus ojos.  Nuestra Madre Amada siempre está tan abierta a permitir que Dios plante la semilla de su amor en la tierra de su corazón.  Ella permanece siempre atenta a su amorosa instrucción y perpetuamente receptiva a la gracia de Dios mientras él cultiva la semilla de nuestra salvación profundamente dentro de su ser.  La tierra en el corazón de María es tierra buena, tierra santa, tierra receptiva – siempre tan vulnerable a Dios, siempre tan humilde, siempre tan indefensa a la gracia y al derramamiento del Espíritu de Dios.  Ella permite a Dios ser Dios.  Ella permite a Dios ser el Jardinero de su corazón.  Y por la gracia del amor de Dios, ella trae el Bendito Fruto de su Vientre; siempre tan inocente, siempre tan hermosa, siempre tan dulce – que hermosa es esa flor.  Jesús también nos muestra cómo permitir a Dios cultivar las heridas dentro nuestros propios corazones.  El comparte la gracia y los beneficios de permitirle a Dios el cultivar la tierra dentro de nuestros propios corazones para que su palabra pueda estar plantada profundamente dentro nuestro y que las semillas del amor de Dios puedan ser eficaces en nuestras vidas.  Permitámonos aprender de Jesús – permitámonos aprender de María a permanecer abiertos, disponibles, atentos, receptivos y vulnerables a Dios – el Jardinero de nuestras almas.  Padre Iván   

Décimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario

“Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.”  La humildad es una lección dura de aprender.  A veces viene en forma de un sentimiento de sumisión o de impotencia.  Otras veces viene en forma de humillación o burla.  Nos avergüenza cómo nos ven los demás.  ¿Nos mirarán o nos tratarán de manera diferente?  Pensamos que lo sabemos todo y no lo sabemos.  Creíamos con todo nuestro corazón y convicción que teníamos razón, para sólo descubrir que estábamos errados.  Pensamos que estábamos haciendo algo bueno, pero fue a expensas de otros.  Hemos trabajado tan duro en ese proyecto sólo para descubrir que a nadie le importa o que no era necesario o no era lo que se pedía.  Que humillante.  Que vergonzoso.  Que tonto te debiste ver.  Ahora eres considerado débil, sabelotodo, un fracaso. ¿Piensas que Dios te ve de ese modo?  Dios te mira y ve a su hijo.  Cuando somos débiles, Dios nos hace fuertes.  Cuando estamos errados, él gentilmente nos corrige.  Cuando estamos decaídos, él nos levanta.  Cuanto somos humillados, nos conforta.  Cuando estamos perdidos, nos encuentra.  Cuando somos sumisos e impotentes, él perfecciona su amor en nosotros.  Amo la invitación de Jesús a que aprendamos a de él.  ¿Qué podemos aprender de Jesús?  A ser manso y humilde de corazón.  Jesús quien es Dios, Señor y Rey, lo entrega todo al Padre.  Él lo entrega todo por ti y por mí.  Él abandona sus opiniones, su deseo de tener razón, su preocupación de cómo le ven los demás, sus sentimientos de cómo es tratado, o que se piensa de él.  Nada afecta su relación con el Padre.  Él no deja que la soberbia se interponga en su camino.  Si queremos llegar al corazón del Padre entonces debemos aprender de Jesús.  Aprender a humillarnos y a pedir perdón cuando herimos a los demás, admitir que estábamos equivocados, dar la otra mejilla, contener nuestra boca y ofrecer una bendición en su lugar.  Necesitamos aprender mansedumbre y entender y aceptar nuestras culpas, nuestras fallas, nuestros defectos, nuestras inhabilidades.  Necesitamos aprender el amor de Dios.  Jesús nos enseñó cómo orar. Oremos: Jesús manso y humilde de corazón, has mi corazón semejante al tuyo.  Padre Iván