Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, “escuchen esta parábola.”  Detente por un momento y pregúntate cual fue tu reacción sincera y tu primera impresión al escuchar estas palabras “escuchen esta parábola.”  ¿Te la perdiste y pasaste de largo?  ¿O repentinamente pusiste toda tu atención al momento en anticipación de lo que vendrá a continuación con la esperanza que no te lo pierdas?  ¿El texto sagrado te paró en seco con las palabras “Jesús dijo” y te movió a anhelar por una palabra o frase de Jesús que pueda hablarte, puede ser una respuesta a una oración o puede estar relacionado a algo que estás experimentando en el trabajo, en la casa o en el colegio?  ¿Estabas anhelando escuchar las voz del Buen Pastor hablar directamente a tu corazón y dirigir una situación actual o compartir un pensamiento amoroso o dar alguna palabra de aliento?  O fue esta tu primera reacción, “ya he escuchado esta antes.”  Buscada como un libro o una película o una experiencia familiar que descartamos y decimos, “ya la vi anteriormente, yo sé cómo termina – la he escuchado antes, no me puedes decir lo que ya sé.”  Ante las palabras de Jesús, ¿nos encerramos, dejamos de oír, cerramos nuestros corazones, pasamos a otra cosa – a algo nuevo – a algo mejor?  Que podría ser mejor en un horario ocupado o en un día acelerado o en un momento agitado que parar por un segundo y entablar una conversación con Dios y escuchar una palabra de consuelo o compartir un momento de paz?  Las Parábolas están destinadas para que nos detengamos; escuchar atentamente y preguntarnos, “¿que nos está diciendo Jesús – que me está diciendo Jesús?”  Estamos invitados a escuchar atentamente a lo que nuestro amado Salvador está diciendo, a considerar el mensaje que él está compartiendo, a recibir la gracia que está dando.  Si permitimos que la Palabra de Dios, como María, se arraigue en nuestras vidas, estará firmemente plantada en nosotros, nos tomará y nos hará producir buen fruto, buen fruto que es muy agradable a nuestro Padre.  Abramos nuestros oídos, corazones y mentes a la posibilidad de que Jesús nos está hablando.  Sus palabras están vivas, sus palabras dan vida; ellas penetran nuestro ser y nos llenan de luz, amor y vida.  Escucha a cada parábola y a todas las sagradas escrituras como si fiera la primera vez sabiendo que Cristo te habla directamente a ti.