“Entonces clamarás al Señor y él te responderá; lo llamarás y él te dirá: ‘Aquí estoy’.” El mes de febrero tiende a ser personalmente para mí un tiempo de gran reflexión y momentos de profunda introspección sobre mi camino espiritual y mi relación con Dios. Un tiempo para hacer preguntas desafiantes sobre mi crecimiento espiritual y para considerar: ¿Quién soy realmente y por qué estoy aquí?  Este es un tiempo especial para examinar mi corazón y reflexionar el gran misterio de mi propia redención y el regalo de la salvación que se me ha dado.  Mi corazón comienza a pensar sobre el Miércoles de Ceniza; mi alma empieza a prepararse para el camino de Cuaresma, mi cuerpo comienza a anticipar el sacrificio y disciplina que pronto será requerido de mí para entrar más profundamente en la Santa Temporada de Cuaresma.  Es también un tiempo del año en el que más frecuentemente reflexiono sobre mi llamado vocacional y vuelvo al día en que Nuestro Señor misericordiosamente me invitó a seguirlo.  Reflexiono sobre la paciencia y bondad del Señor.  Él fue tan paciente conmigo e implacable en su búsqueda.  Frecuentemente pienso sobre lo difícil que yo era y lo egoísta que fui con los regalos que me dio.  Como usé mal sus dones; como lo di por sentado.  Que necio fui al creer que yo sólo necesitaba a Dios cuando lo necesitaba y que estaba bien llamarlo solamente cuando lo necesitaba.  Creer que Dios nunca podría amarme; Dios nunca me querría.  Pensar que me convencí a mí mismo que una relación con Dios era imposible porque yo era tan pecador.  Que Dios nunca me llamaría o permitiría que le sirviese porque yo me había separado tan lejos de él y que no había marcha atrás.  Que equivocado estaba  yo de pensar como los humanos y no como lo hace Dios.  El amor de Dios es asombroso.  Él es el más amable, gentil y paciente.  El continuó llamando a la puerta de mi corazón hasta que yo estuve dispuesto a abrirla para él.  El continuó llamándome hasta que estuve dispuesto a responder.  Oh mi Dios, tu Santa Voluntad es la más amable y bondadosa; inmortal tu deseo y amor por tus hijos.  Gracias por escogerme, por llamarme, por amarme, por enviarme a la viña.  Gracias por permitirme servirte a ti quien eres todo bueno y merecedor de todo mi corazón, mente, alma, cuerpo, aliento y ser; de todo mi amor. Padre Iván