“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.” Nuestro Señor nos recuerda la importancia de ser su discípulo y el costo del discipulado. Nuestro Padre Celestial nos manda e invita a creer, escuchar y seguir a su Hijo Jesús quien es nuestro más seguro gozo y esperanza, nuestra roca y salvación, nuestra paz y liberación, nuestro aliento y necesidad. Si verdaderamente queremos entrar al Cielo, a la presencia perpetua de Dios, al Reino de Dios, debemos considerar y contemplar tres cosas importantes que debemos hacer antes de convertirnos más plenamente en los amados hijos en los que hemos sido recreados, los fieles discípulos a los que hemos sido llamados a convertirnos y los gloriosos templos de Dios que ya somos. Debemos preferir a Dios por encima de nosotros y de nuestra propia familia. Debemos cargar nuestra cruz sin importar lo pesada que podamos percibir que es o que sepamos que es. Nosotros debemos renunciar a todas las posesiones incluyendo material o superficial, relacional o individual, interior o externa. Con la ayuda de la gracia de Dios, las condiciones y costo del discipulado pueden convertirse en un modo de vida, una vida en Cristo. La gracia de Dios puede ayudarnos a ver y experimentar que es verdaderamente mejor preferir a Dios por encima de nosotros mismos y de nuestra familia porque Dios nos ama más que nosotros y que nuestra familia. Él solo quiere lo que es verdaderamente mejor, santo y bueno para nosotros. Él no nos llama a odiar a nuestra familia. Dios nos pide amar a nuestras familias. Pero para amarlo, quien es la fuente y esencia del amor mismo, con todo nuestro corazón, alma, mente, cuerpo, fuerza y ser, entonces amar a nuestra familia, amigos, vecinos y enemigos con su amor porque ¿quién puede amar más que el amor mismo? Sin Dios, el amor verdadero es imposible puesto que Dios es amor y el amor es Dios. Dios incluso nos ayudará a cargar con nuestra propia cruz, luego a seguirlo. Nuestra cruz representa nuestra pecaminosidad. La Cruz de Dios representa amor y misericordia, perdón y paz, fidelidad e intimidad. La Cruz de Dios es mucho más pesada que nuestra cruz y sin embargo él carga su cruz y nos ayuda a cargar la nuestra también. Cargar nuestra cruz requiere amor y el amor requiere obediencia y disposición a hacer la voluntad de Dios que simplemente es amar a Dios en todas las cosas. Nuestro clemente Señor incluso nos ayudará a renunciar a nuestras posesiones y a todo lo que nos posee a nosotros. No solamente el dinero y a las redes sociales sino que a las cosas que poseemos y llevamos en nuestro corazón – falta de perdón, orgullo, avaricia, lujuria, dolor. Dios te puede ayudar a separarte de todas las cosas y unirte a la única cosa que realmente importa que es estar y permanecer en Dios por siempre. Padre Iván
Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario