“Si me aman, cumplirán mis mandamientos” Puedo recordar varios momentos en mi vida ya sea como niño o como adulto en que alguien me ha dicho, “si me aman” y me presentaron la oportunidad de probar la profundidad y autenticidad de mi amor. Al “amar” a alguien, yo podría probar mi amor tanto al hacer esto o decir aquello; o comprando esto o garantizando aquello. ¿Es esto realmente nuestro entendimiento de lo que el amor es o cómo funciona? ¿Realmente creemos que el amor es una respuesta que puede ser controlada u obtenida bajo exigencia o que el amor es algo que es tan condicional o egoísta? Me doy cuenta ahora, que si realmente amaba a alguien que me hiciera tal petición, habría hecho lo que Dios quería que hiciera en vez de lo que estaba siendo forzado u obligado a hacer por miedo o culpa o porque yo permití a alguien usar la palabra amor como un medio de manipular o controlar mis acciones. El amor, o más bien el amor verdadero es de Dios, es Dios y por lo tanto unido en todo sentido a su Palabra, a su Voluntad, a su Camino. Cualquier otra cosa es de ti, o de mi o del maligno; nuestras palabras, nuestras voluntades, nuestros caminos. El verdadero amor es siempre para el otro, por el bien del otro. Y por nuestro bien, el Padre reveló la profundidad y sinceridad de su amor eterno a través de Jesús – un amor sagrado que es incondicional, que no es solicitado, que no es merecido. El amor de Dios es puro, santo, genuino. Su amor es siempre para ti y para mí. El da su amor incluso si no lo queremos. El comparte su amor incluso si lo rechazamos. El ofrece su amor incluso si no lo merecemos. Él simplemente ama porque eso es quien Dios es – amor. Él nos ama tanto que ofreció su Hijo, Jesús para probar su amor aunque no tenía que hacerlo. Jesús manifestó el amor de Dios al convertirse en víctima y en esclavo por amor, al convertirse en débil y vulnerable por el bien del amor, “por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz.” Y ahora nunca tenemos que preguntarle a Dios si nos ama porque la Cruz permanece por siempre como la más grande expresión y prueba del amor de Dios. Dios no nos obliga a amarlo, sino simplemente nos invita a tener “todos una misma manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma.” – amándonos unos a otros como Dios nos ha amado.
Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario