La Parábola de la Viña
Mi amado tenía una viña en una ladera fértil. Removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas; edificó en medio una torre y excavó un lagar. Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio uvas agrias. Ahora bien, habitantes de Jerusalén y gente de Judá, yo les ruego, sean jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más pude hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias? (Isaías 5:1-4)
Amadísimos hijos de Dios, el Señor ha hecho grandes obras por nosotros, Él nos ha dado todo cuanto necesitamos para que produzcamos frutos dulces y abundantes. Dios, siendo Dios lo dio todo, lo entregó todo por nosotros y por nuestra salvación. Él nos ha dado la gracia, la vida, la sabiduría, el entendimiento, la nutrición con su Cuerpo y su Sangre y el amor para que podamos producir paz y justicia. ¿Qué más pudo hacer Dios por nosotros? Pensemos por un momento si el Señor viniera en esta mismo memento a recoger los frutos que hemos producido, que viniera a nuestro viñedo a recoger las uvas, ¿qué sería lo que encontraría? Tengo miedo a responder esa pregunta. Sé muy bien que mi propio pecado contribuye en parte a que las uvas sean amargas, que mis buenos actos no han sido suficientes para que fueran más dulces, que no fui suficientemente auténtico para producir uvas de verdad, que en muchas ocasiones solo pretendí ser bueno. Es muy importante reconocer que dentro de nosotros existe un deseo innato a la santidad, ¿y por qué razón poseemos ese deseo? Porque se nos fue dado a todos. En algunas personas este deseo de santidad está vivo y activamente invitando a la persona a la conversión y al discernimiento; en otras personas este deseo de santidad está dormido, como congelado en sus corazones fríos a causa de sus penas, dolores, heridas, y cicatrices dejadas de las experiencias de su pasado y de las injusticias que hunden sus conciencias en el abismo del dolor y el rencor. Estas son cadenas pesadas que hay que romper.
Como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, no podemos decir que no es nuestro problema cuando alguien está actuando errado, injusto o malvadamente. La verdad es que nuestros malos actos afectan a todos en cambio nuestros actos de bondad ayudan a todos, además, inicia un proceso de restauración que tiene el poder de romper las terribles cadenas que cargan las familias por muchas generaciones.
Lo que realmente estoy tratando de decir es que todos tenemos todo lo que necesitamos para ser buenos, amorosos, misericordiosos, y santos; todo lo que tenemos que hacer es ayudarnos los unos a los otros. El primer gran paso para cambiar la gente a me rodea, es reconocer que yo necesito cambiar, después de eso gran sabiduría comenzará a despertar, y algunas gracias especiales llegaran como corrientes de agua que alimentaran nuestros viñedos. Esto comenzará a tener efecto en los demás, descongelando los corazones más fríos y de repente deseos por el bien y el amor comenzarán a brotar. Todos los hijos e hijas de Dios fueron creados buenos, con la capacidad de producir dulces y hermosos frutos. Lo que sucede que algunos de ellos no lo saben o están enceguecidos por el inmenso dolor, por el sufrimiento y las heridas de la vida, y el enemigo tomando ventaja de esto los engañan y les confunde. Nuestro llamado, nuestra vocación, nuestro deber es ayudarles a descubrir la Verdad que es Cristo, recordarles lo buenos que fueron creados y lo maravillosos que son ante los ojos de Dios. Si nuestra sociedad no está produciendo buenos frutos, si lo que estamos produciendo es amargo e inauténtico, yo debo hacer una pausa en mi vida y darme cuenta que yo como Cristiano, como Católico, como discípulo de Cristo, no estoy haciendo lo suficiente.