“Job tomó la palabra y dijo: Mis días corren más aprisa que una lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo. Mis ojos no volverán a ver la dicha.” Sin esperanza, nuestra vida se vuelve insoportable, se cubre de oscuridad, nos drena y parece que no nos importa demasiado. Cuando perdemos la esperanza, perdemos la energía, perdemos el entusiasmo, perdemos el deseo de continuar, de seguir adelante, de correr la carrera – perdemos el deseo de ir a la distancia – entonces la vida se vuelve en una carga, en una verdadera lucha – la vida se vuelve imposible. Cuando perdemos la esperanza parecemos perderlo todo. Sin esperanza, somos incapaces de percibir hacia dónde vamos, somos incapaces de ver el camino delante de nosotros, somos incapaces de saber qué dirección tomar, somos incapaces de ver la luz al final del túnel. Cuando perdemos la esperanza, tendemos a darnos por vencidos, para nosotros es más fácil ceder. Estamos debilitados y somos tan propensos a la desesperación. Sin esperanza, nos embaucamos a nosotros mismos, creemos que no podemos seguir, nos engañamos y también engañamos a los demás que la vida no vale la pena, por qué siquiera molestarse, por qué si quiera tratar, de qué sirve, cuál es el punto, nunca va a mejorar, nunca va a cambiar, Dios nunca me escucha, a él no le importa. Sin esperanza, nos sentimos solos, abandonados, sin amor. Sin esperanza, nos sentimos sin apoyo, incomprendidos, que nadie se compadece de nosotros, que Dios se ha olvidado de nosotros – sentimos que él está demasiado ocupado o que simplemente no le importa. Sin esperanza, creemos que somos demasiado débiles para continuar, que no podemos hacerlo, que somos incapaces de hacerlo. Cuando perdemos la esperanza, perdemos el interés, dejamos de orar, dejamos de creer, no queremos seguir adelante – sentimos que la vida no vale la pena vivirla. Sin esperanza, todo se vuelve inútil, cada sentimiento nos deprime, cada situación es imposible, cada momento está lleno de desesperación, cada oportunidad se vuelve en una imposibilidad, cada día está lleno de oscuridad, cada conversación es insoportable, cada pensamiento está lleno de dolor, cada persona pierde su valor, cada momento es un desperdicio de tiempo, cada lágrima está llena de infelicidad, todo es inútil. Les ruego, por favor nunca se rindan, nunca pierdan la esperanza, sigan orando – Dios está realmente escuchando. Nunca se olviden cuanto les ama – ustedes son preciosos a sus ojos. En momentos de desesperación, en esos momentos de tentación, contemplen la Cruz, tómenla firmemente y sepan que Cristo está ahí sufriendo con ustedes. A él realmente le importa. Padre Iván
Vigésimo Quinto Domingo del Tiempo Ordinario