“Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Las personas que han experimentado las mismas situaciones en la vida que nosotros o que han pasado circunstancias similares que nosotros pueden entendernos, ellos nos comprenden. Ellos entienden y nos comprenden porque pueden relacionarse con lo que hemos estado pasando. Especialmente los momentos más difíciles en la vida. Ellos entienden nuestras luchas, nuestras heridas, nuestros dolores, nuestra impaciencia, nuestras tristezas. Ellos entienden nuestras dificultades, nuestras enfermedades, nuestro agotamiento, nuestras angustias, nuestras pérdidas. Lo entienden porque han estado ahí y personalmente han sufrido por ello. Eso es lo que amo de Jesús. Él nos comprende, él nos entiende. Habiendo nacido en nuestra debilidad y fragilidad humanas, Jesús entiende nuestros desafíos y limitaciones, nuestras tentaciones y frustraciones, nuestras conmociones y sorpresas, nuestros temores y nuestras necesidades. Él conoce nuestros cuerpos, nuestra circunstancia particular, el problema que enfrentamos en la vida. Los conoce porque él ha experimentado personalmente los efectos de nuestro estado caído y pecaminoso. Jesús conoce los desafíos por los que hemos pasado, él entiende por lo que estamos pasando en este preciso momento y cada cosa que tendremos que enfrentar después. Él entiende que nuestras vidas están ocupadas, que nuestras mentes están inquietas, nuestro tiempo sobre ocupado. Para ayudarnos, él amablemente nos encuentra donde estamos y nos invita a seguirlo hacia un mejor lugar, a una vida mejor, a un mejor estado de ánimo. Jesús vendrá y nos encontrará en el trabajo o en la escuela. Él vendrá y nos visitará en nuestras vidas y en nuestros hogares. Vendrá y nos encontrará en nuestros trabajos y en nuestras ocupaciones. Vendrá y se encontrará con nosotros en cualquier situación y en cada circunstancia. ¿No amas el que Jesús viene a encontrarnos en donde estamos? Eso fue lo que él hizo cuando llamó a los discípulos: los encontró donde estaban. No importaba su estado particular de vida. Aunque podemos aprender y crecer de la llamada de cada Apóstol, los pescadores nos dejan un hermoso encuentro con Cristo para que lo consideremos personalmente. La pesca era su sustento, sus vidas dependían de ella. Sin embargo, a menudo escuchamos que no tuvieron éxito con una captura. Pero todo cambia cuando Jesús viene a encontrarse con ellos donde están y pesca por ellos. Él arroja una amplia red de confianza y gozo. Los atrae con palabras de verdad, de aliento, de vida eterna. ¿Quién puede resistir la dulce fragancia de su bondad, de su plenitud, de su santidad? Ellos están enganchados. Dejaron todo y siguieron a Jesús. Se convirtieron en verdaderos pescadores. ¿Y tú? ¿Estás enganchado en Jesús? ¿Te está guiando? Padre Iván.
Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario