“…antes fui blasfemo y perseguí a la Iglesia con violencia; pero Dios tuvo misericordia de mí, porque en mi incredulidad obré por ignorancia.” A menudo me preguntan mis familiares y amigos, ¿qué te pasó? Yo sonrío sin ofenderme por la pregunta. Es verdad. Soy diferente. He cambiado. Hay algo que es tan radicalmente cambiado en mí. No soy la persona que ellos conocen o que recuerdan que soy. En realidad, finalmente soy yo mismo. La persona que fui llamado y creado a ser. En el fondo, entiendo el origen de la pregunta y que es lo que se me pide. Mi familia y amigos y tal vez otras personas en general quieren saber qué fue lo que me pasó. Quieren saber cuándo y cómo vine a conocer el amor de Dios. Cuándo supe que Dios me estaba llamando. Cómo escuché y reconocí la voz de Dios. Cómo llegué a amar y a confiar en Dios. En mi respuesta, comparto que he llegado a conocer y a amar a Dios personal e íntimamente desde el tiempo en que entendí mejor su profundo amor y su divina e infinita misericordia. Ese no siempre fue el caso. Es el fruto y la gracia que nace de lo que considero es mi primera confesión buena, honesta, abierta, verás, sin retener el oprobio, los secretos, mentiras o vergüenza. Todo fue derramado, entregado y compartido. Hasta ese punto de mi vida, nunca había sabido o experimentado cuán profundo era el amor de Dios para toda la humanidad. Nunca entendí la magnitud de la misericordia de Dios. Es interminable, insondable, muy paciente, rico en misericordia, incondicionalmente amoroso y siempre perdonador. Verdaderamente creo que Dios me ha perdonado. Dios me reconcilió consigo mismo. Dios verdaderamente me ha perdonado. He sido tratado misericordiosamente. Dios me a ayudado a recibir su perdón. Dios me ha permitido perdonar a otros. Dios me ha ayudado a perdonarme a mí mismo y ahora estoy completamente libre para ser amado por Dios y para amar a Dios, a mi familia, a mis amigos y a todos lo demás.Yo no entendía verdaderamente a Dios, su amor o su misericordia. Yo no conocía verdaderamente a Dios porque mi amor era egoísta, interesado, condicionado y no contrito. Mi vida de oración era siempre la misma. Yo solamente iba y hablaba con Dios cuando lo necesitaba o quería algo o la idea de un cierto resultado me preocupaba o temía la posibilidad de un fracaso, vergüenza o dolor. Mi amor y mi oración no venían del corazón. Pero he sido tan misericordiosamente tratado. Dios me ha dado una segunda, tercera y cuarta oportunidad. Por y a través de la misericordia. He sido amado y perdonado y ahora no quiero volver a pecar otra vez. Padre Iván
Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario