“El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece.” Si nos detenemos para meditar honestamente la inmensidad de la belleza de Dios y su don clemente de la creación y lo hacemos con una intención sincera, con un corazón en silencio y un espíritu dispuesto, llegaríamos a conocer el gran amor y afecto que Dios tiene por nosotros, su creación especial. Finalmente, en nuestra meditación de la clemencia de Dios, llegaremos a experimentar su Reino Divino en nuestros corazones, en la belleza que nos rodea y en las vidas diarias que conducimos. Es un reino de amor, un reino de gran gozo, un reino de paz, un reino de luz, es el Reino de Dios. Pero a este reino se debe entrar con profundo respeto y gran reverencia por lo que es sagrado, por lo que es celestial y por lo que es divino. Debemos encontrarlo con un gran deseo y en un amoroso silencio, en asombro y admiración y con una atención completa y totalmente entregada, libre de ansiedad, libre de toda distracción, libre de cualquier ruido. Debemos entrar al Reino de Dios con un sagrado deseo y una intención pura de simplemente estar con Dios y encontrarnos con lo asombroso que es él, para que el Reino de Dios pueda entrar plenamente en nosotros y podamos plenamente entrar en el Reino de Dios. Debemos aprender a orar como Jesús nos enseñó y si queremos orar como los Santos nos han mostrado. Necesitamos sacar un tiempo para orar todos los días y estar con Dios para contemplar la inmensidad y la grandeza de Dios en su creación con sus universos y galaxias, con sus asombrosos cielos y estrellas que están tan fuera de nuestro alcance, tan fuera de nuestra capacidad. Debemos anhelar por la oración, desearla, anhelarla para poder penetrar en las asombrosas obras de Dios en los cielos y en la tierra con las interminables cadenas montañosas, las profundidades insondables de los océanos y mares, con los ejércitos de ángeles y los seres celestiales y con toda la creación que está tan fuera de nuestra comprensión, tan fuera de nuestro entendimiento, que nuestras mentes no lo pueden comprender plenamente pero podemos experimentarlo y apreciarlo en oración con gran gozo. En oración, podemos entrar en los misterios de Dios. Podemos entrar en su sagrada presencia. Podemos entrar en el corazón de nuestro Creador. Podemos entrar en el Reino de Dios. Padre Iván
Undécimo Domingo del Tiempo Ordinario