“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola proveen una gran oportunidad para despegarnos del mundo por treinta días y entrar en el sagrado silencio y en la presencia de Dios para contemplar su amor y rezar por la gracia de conocer a Jesús íntimamente, amarlo más libremente y seguirlo más de cerca. En la primera semana de los Ejercicios, uno tiene la oportunidad de repasar la vida en la luz del profundo amor de Dios. Apertura al santo amor de Dios derrama luz de acuerdo a cuán egoístamente respondemos a los dones de Dios e identificamos las maneras, las escusas y los pecados que nos han prevenido de amar a Cristo y seguirlo sin reserva. En la segunda semana, uno reflexiona en cómo seguir mejor a Cristo como discípulo al aprender dónde él adoraba, cuándo rezaba, cómo servía, a quién sirvió. En la tercera semana, uno medita en la Pasión y muerte de Cristo. En el sufrimiento de Cristo, podemos experimentar el amor incondicional de Dios por nosotros y en la Eucaristía podemos compartirlo. En la última semana de los Ejercicios, uno experimenta el gozo de la Resurrección y camina con el Cristo resucitado mientras él disipa el miedo de los corazones de los discípulos y comparte el cumplimiento de la paz del Padre. Esta nueva vida inspira al discípulo a hacer una ofrenda total de sí mismo y les alienta a responder más generosamente al llamado de amar y servir a Cristo más fielmente. Hay también una oportunidad durante los Ejercicios de aprender distintas formas de oración y distintas maneras de experimentar a Dios en al oración. Una de esas maneras es usando la imaginación para experimentar a Dios al ponernos en las escenas de las escrituras y escuchar lo que la gente está escuchando, ver lo que ellos están viendo, oler lo que están cocinando, saborear lo que ellos están comiendo, sentir lo que ellos sienten. El objetivo de esta forma de oración es usar nuestros sentidos espirituales para estar más atentos a la voz de Dios, más abiertos a su presencia, y más sensible a su santa voluntad. Inténtalo. Desconéctate y despégate del mundo y de todo el ruido, luego entra en el silencio. Imagina a Jesús en los años tranquilos y escondidos de su vida temprana. Entra en la escena. ¿Cómo podría ser un día escolar con Jesús? ¿Cómo podría sonar una conversación con sus amigos? ¿Cómo se sintieron María y José al vivir con Dios, cuidándolo, alimentándolo, bañándolo? ¿Cómo se debe sentir que Dios les obedezca? ¿Y si Dios te obedeciera ¿Qué tan diferente sería el mundo? “Señor, permite que pueda verte más claramente, amarte más y seguirte más de cerca, día a día.” Padre Iván
Trigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario