“Señor, mi alma tiene sed de ti.” La sed se desarrolla de una falta de humedad tal como cuando el suelo está seco, o cuando una región es árida, o como un desierto vacío, o la tierra cuando está privada de la lluvia. Se vuelve seca, débil; crea una experiencia desagradable, una condición de vida insoportable – se convierte en una tierra desolada, un desierto clamoroso. Como un corredor o un soldado o un niño jugando, nuestras almas desarrollan una sed profunda y necesitan ser re-abastecidas para poder seguir adelante. Nuestras almas tienen hambre de comida espiritual, tienen sed de bebida espiritual – necesitan ser alimentadas, necesitan ser refrescadas. Si un alma se priva de la única cosa que la puede refrescar, que la puede aliviar, que la puede re-abastecer – se vuelve famélica, seca, incapaz de continuar. Nuestras almas simplemente anhelan a Dios, ellas necesitan estar con Dios, vivir con él, compartir con él, recibir el alimento y sustento que necesitan para seguir adelante. Sólo Dios puede alimentar nuestras almas, sólo Dios puede proveer refresco espiritual. Sin Dios, un alma que se seca como un desierto, es dura como un peñasco, es frágil como los huesos, amarga como discurso descuidado. Le falta la humedad de Dios, el manantial de la vida, el rocío espiritual que cae del cielo que es necesario para saciar a nuestros espíritus cansados y para regar y refrescar nuestras almas áridas. ¿Alguna vez te haz preguntado de qué está sedienta el agua? ¿Qué calmará la sed del agua? Todo ser viviente necesita agua para existir. El agua ayuda a sostener la vida – nos mantiene vivos. El agua trae refresco a nuestros cuerpos cansados, y agotados, refresca nuestra sed, nos limpia, nos brinda alivio. ¿Pero de qué está sedienta el agua? ¿Qué saciará la sed del agua o satisfará su necesidad? Sólo Dios puede hacer eso. El agua desea una bendición de Dios, como el agua del Jordán cuando Jesús fue bautizado, como el agua en nuestro bautismo que trajo vida nueva. El agua coopera con Dios, participa en su plan, cumple su voluntad. En el agua del bautismo, Dios limpia nuestros corazones y purifica nuestras almas. Dios pone en nuestra alma un profundo anhelo por bondad, por santidad, por cosas tranquilas, por Dios. Nuestras almas necesitan amor, necesitan a Jesús, quien es la fuente de vida y el manantial de salvación. Al alma sedienta Jesús le dice, “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio.” Padre Iván
Trigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario