Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver” Señor, te lo ruego – realmente te lo ruego – desde un cuerpo que desea doblar sus rodillas en humilde adoración para alabarte, desde un espíritu de profunda humildad que anhela un íntimo encuentro contigo, desde una mente inquieta cansada de pensar, sobrecargada de tentaciones y simplemente queriendo verte, desde un corazón que sufre indigencia espiritual cuando no puede estar unido a ti especialmente en el tranquilo desierto o en el silencio de la montaña, de un alma vencida por un diluvio de lágrimas al pensar que tocas su inocencia y me ves, realmente me ves, como nadie más puede hacerlo y contemplar sinceramente la belleza que tu creaste en mí. Así que, Señor, te lo ruego – realmente te lo ruego – posa tu Santa mirada sobre mí en este ahora mismo, en este momento, por favor ven en este instante, te lo estoy rogando. Deja que tu infinita visión mire mi finitud y me vea como realmente soy en este momento, en este tiempo, en esta instancia. Deja que tu visión de Verdad penetre hasta el centro de mi ser como uno que mira a través de una hoja de papel de transparencia y me ve, realmente me ve tal como soy – por favor mírame tal como soy. Mira mis tentaciones, mis tribulaciones, mis frustraciones. Contémplame con la mirada de tu dulce Misericordia y por favor, mira en mí, muy profundo dentro de mí, la fuente de mi impaciencia, mi falta de comprensión, mis deficiencias percibidas e incluso esas deficiencias en las que tiendo morar y movido por la compasión por mí y sáname, por favor sáname desde la profundidad. Deja que los ojos de la Sabiduría y la Caridad Divina vean en mí la humanidad herida y quebrantada que me fue dada al nacer como una cruz que ha sido quebrada por otros sin misericordia y herida sin misericordia por mí, pero aun así tan misericordiosamente tratada y amada por ti. Oh Señor, sé que tú sientes el sentido de mi urgencia espiritual y nunca ignorarías intencionalmente los llantos de uno de tus pobres criaturas. Nuestros corazones están siempre contactados – fusionados en un océano de tu gracia. Estamos seguros que tú nos conoces y sabemos que tú experimentas nuestro anhelo por ti. Sabemos que oyes nuestros llantos. Tú hasta oyes nuestras lágrimas y el sonido de nuestros inquietos latidos. Señor, estamos buscándote a ti y estamos confiados que tú ya estás en camino. “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí.” Padre Iván
Trigésimo Noveno Domingo del Tiempo Ordinario