“Tú que conoces lo justo de mi causa, Señor, responde a mi clamor. Tú que me has sacado con bien de mis angustias, apiádate y escucha mi oración.” Me encanta la música de Taizé. Es una oración musical – una oración ambientada en una dulce melodía que llega al alma de uno, resuena allí y se convierte en un movimiento donde las letras se convierten en tus palabras – la canción se convierte en tu oración. El ritmo lento y suave de la música permite a uno a reducir la velocidad y entrar en la oración – estar libre de pensamientos y atento a lo Divino. La repetición de las palabras suave pero repentinamente se convierte en un llamado profundo dentro de nosotros – una voz que clama y quiere ser escuchada. “Oh Señor escucha mi oración. Oh Señor escucha mi oración. Cuando te llamo, respóndeme. Oh Señor escucha mi oración. Oh Señor escucha mi oración. Ven y escúchame.” Alguien dentro de nosotros quiere y necesita ser escuchado. Estoy agradecido que Dios escucha tan bien. Él está siempre escuchándonos pacientemente, nuestros problemas, nuestras quejas, nuestras exigencias. Gracias a Dios que él no se ha cansado de escuchar nuestros acuerdos, nuestras súplicas, nuestras reglas, nuestras negociaciones, nuestros “si tú me das esto, entonces yo haré aquello.” Gracias Señor por no cansarte de nuestros lloriqueos, nuestras quejas, nuestros insultos, nuestra insubordinación, nuestra falta de respeto y confianza en lo Divino. Una verdadera relación, especialmente una con Dios, requiere compartir y recibir mutuamente, hablar y escuchar, esperar y confiar. Nuestro Señor es tan clemente y paciente que trata de introducir una palabra durante nuestras “conversaciones” con él para proveer una respuesta a nuestra oración o para proporcionar una palabra de aliento o afirmación. En lugar de escuchar, interrumpimos y procedemos a decirle a Dios lo que necesitamos, cuando lo necesitamos y porque es importante que lo tengamos exactamente como lo queremos. Le proporcionamos instrucciones de cómo debe cumplirse e incluso decimos quien debe o no recibir lo que estamos pidiendo. Gracias Señor por no alejarnos de tu presencia o por no ser grosero como nosotros cuando nos impacientamos el uno con el otro y decimos: “¡shhhh! Cálmate, escúchame por favor” o peor: “cállate ya.” Nuestro Señor está siempre listo para escuchar cuando le llamamos o le clamamos. El verdaderamente anhela estar con nosotros. ¿Anhelas escuchar su voz? “Señor Jesús, haz que comprendamos la Sagrada Escritura. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.” Padre Iván
Tercer Domingo de Pascua