“Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos.” Cuando pasamos tiempo en reflexión silenciosa contemplando los eventos salvíficos que rodean nuestra redención y explorando la profundidad del amor de Cristo por nosotros en su salvadora Pasión, nos sentimos atraídos al sagrado misterio. Estamos llamados a recordar, a celebrar, a creer. Pero nuestros pensamientos nos llevan a estar en shock, a estar avergonzados, a tener miedo de lo que ocurrió en 24 horas. Tenemos miedo de hablar de Jesús porque esto nos puede pasar. Es chocante y para la mayoría de los cristianos es difícil imaginar y pensar en los horribles eventos rodeando la Cruz y la manera en que Jesús fue tratado simplemente porque él amó al pobre, él sanó al enfermo, él perdonó al pecador, él restauró la dignidad del corazón quebrantado y él hizo este tipo de “trabajo” en el Sabbath: un día reservado para hacer el bien, para dar vida, para ser santo. Jesús murió por ser amable, por ser misericordioso, por comer con los pobres pecadores y por alimentar a varios miles de sus seguidores. Murió porque dijo que era el Hijo de Dios. Imagina que te maten por medio de una muerte tan horrible porque dijiste y realmente creíste que eras hijo de Dios. La Pasión choca a todos. Incluso choca y sorprende a aquellos que la pidieron. En su muerte, Jesús se ha ido pero su cuerpo permanece. Sus discípulos piden y reciben permiso par bajar el cuerpo de la Cruz para que pueda ponerse apropiadamente en una tumba. Temprano en la mañana, María Magdalena viene buscando a Jesús para estar con él, pero ella viene a estar con él en muerte. Ella lo busca en esta vida. Ella permanece con el pasado. Ella permanece con Jesús en la muerte y en la tristeza, en la angustia y en el dolor, en el duelo y en la pesadumbre. Imagina su gozo y el gozo de los discípulos al saber que Jesús está vivo, que ha resucitado. Él realmente ha resucitado. El anhelo, el deseo, el amor por Jesús se desbordan. A veces, podemos quedarnos estancados en el pasado con todo el sufrimiento y el dolor, con todo el desaliento y las decepciones, con todas las mentiras y los fracasos. Pero Jesús no está ahí. Él ha resucitado. Él está aquí en este momento contigo. A veces, pasamos tanto tiempo pensando sobre el futuro y soñando despiertos con la riqueza y como las cosas podrían ser mejores, cómo podrían ser más fáciles, pero Jesús no está viviendo en un futuro inventado con expectativas infructuosas y suntuosas imaginaciones. Él está aquí. Él ha resucitado. Él está en este preciso momento. Él está aquí contigo y conmigo. Padre Iván.
Sexto Domingo del Tiempo Ordinario