“Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo.” Oh Señor, cómo anhelo escuchar esas palabras dichas por ti sobre mí. Cómo anhelo escuchar tu dulce voz decirme, “mi amado”. Decir, yo soy tu amado niño, tu amado hijo, el niño de tus ojos, el que ha capturado tu corazón. El que te hace sonreír, aquel cuyo corazón persigues, al que llamaste para amarte y servirte – aquel en quien tienes puestas tus complacencias. Oh Señor, cómo anhelo complacerte en todas las cosas, hacer tu voluntad, escuchar a tu Hijo, hacer todo lo que él me pide. Cómo deseo que todo lo que yo hago, todo lo que pienso, todo lo que digo, todo lo que soy, cada acción, cada pensamiento, cada sentimiento sea agradable para ti. Pero tengo que reconocer que no es ese siempre el caso. Qué vergüenza decir. “Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti sólo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo.” A veces mis palabras pueden ser menos que caritativas, mis acciones menos que deseables, mis pensamientos pecaminosos y orgullosos. A veces podemos ser infantiles en nuestros pensamientos y comportamientos. Podemos actuar y pensar como hijos de este mundo en lugar de los hijos amados que hemos sido creados e invitados a ser. Como niños de este mundo, perdemos nuestra atención tan rápidamente, nos desviamos, buscamos otros pasajes, encontramos escondites secretos, corremos lejos de ti. Sin embargo deseas que corramos hacia ti, que regresemos a la inocencia, que nos permitamos ser amados. Nos invitas a correr rápidamente, a orar despacio, a ayunar para nuestra salvación. Nos invitas a correr rápidamente a tus brazos, orar con intención y sin prisa y Ayunar; ayunar de este mundo, ayunar del pecado, ayunar del egoísmo, ayunar de la avaricia. No simplemente dejar alimentos o comidas pero eliminar esas cosas que nos previenen de ser amados hijos en quien tienes puestas tus complacencias. La paz y las bendiciones de Dios siempre, Padre Iván
Segundo Domingo de Cuaresma