“Si escuchan hoy su voz, no endurezcan sus corazones”. Nuestros corazones son asombrosos. Nuestros corazones están hechos para el amor, para la vida y para Dios. El corazón es un regalo precioso de Dios y un regalo que es precioso para Dios. Es donde Dios escoge vivir, amar, compartir, comer, ser. Nuestros corazones son siempre tan misteriosos invocando imágenes impresionantes como el atardecer más espléndido en una noche sin nubes o tan glorioso como un jardín lleno de rosas con toques de fragancias que son siempre tan dulces y llenas de gracia. Un corazón puede ser comparado con profundidades más profundas del océano o con alturas más elevadas que la montaña más alta o distancias tan grandes y anchas como un cañón. El corazón puede describirse siendo a veces suave y acariciante como una suave brisa en un día soleado y tibio de primavera o tan fuerte como el acero o más duro que el metal o incluso más pesado que el concreto pero aún frágil como el papel, el vidrio o la arcilla. Y como el sol que emite preciosos rayos de luminosidad y luz solar para calentar y energizar nuestro mundo, el corazón envía rayos de esperanza, luz y amor a cada parte de nuestro cuerpo e incluso trae remedios que salvan la vida a un alma que puede estar deprimida, olvidada o privada de aliento, de comida espiritual o de un recordatorio que es amada. Nuestros corazones deben ser cuidados y tratados con cuidado amoroso y tierno como un recién nacido que requiere nuestra completa atención, nuestros corazones necesitan ser sostenidos, alimentados, amados. Desafortunadamente, nuestros corazones pueden ser descuidados como una flor privada de agua y luz, sin espacio u oportunidad para crecer o florecer se marchita, se desvanece y muere. Pero demos gracias a Dios que él ama nuestros corazones. Él quiere limpiar, refrescar, renovar, restaurar nuestros corazones. Dios quiere iluminar, fortalecer, levantar, mejorar nuestros corazones. Dios anhela alentar, llenar, abrazar, mudarse en nuestros corazones. Nuestros corazones están hechos para el amor, para la vida, para Dios. Entonces, ¿qué hay en tu corazón? ¿Quién o qué ha capturado tu corazón? ¿Puede esa persona o cosa sanar tu corazón cuando está herido de amor o enmendarlo cuando está roto? Si pudiera leer el grabado en la pared de tu corazón, ¿qué me diría? ¿Me diría: peligro, no entre, propiedad privada, entra bajo tu propio riesgo, en construcción, cerrado por renovaciones, o no abrir hasta Navidad? O tal vez tu corazón podría decir: abierto para negocios, todos están bienvenidos, una casa de oración, propiedad de Dios, uno con Cristo o el Cielo está justo tras estas puertas. Cuida tu corazón puesto que es un regalo precioso que le pertenece a Dios. Padre Iván
Quinto Domingo de Cuaresma