La soberbia, a veces llamado vanidad, orgullo o arrogancia, se considera el pecado fundamental y la madre de todos los vicios. El primer pecado cometido fue un acto de soberbia por Satanás se negó a reconocer a Dios como su Señor. Asimismo, la soberbia fue la trampa que sedujo a toda la humanidad en Adán y Eva. San Tomás de Aquino define el orgullo como “un deseo excesivo por uno mismo que rechaza la sujeción a Dios”. Pero, ¿por qué es esto peligroso? La respuesta está en el libro del Génesis. Escuchamos que Dios creó al hombre y la mujer a su propia “imagen y semejanza” (Génesis 1:26). En otras palabras, nuestra propia existencia como personas humanas se basa en la propia existencia de Dios. Para comprendernos a nosotros mismos y lo que es más básico en nuestra naturaleza, necesitamos saber la esencia de Dios y Su ser. San Juan Apóstol nos da una definición sucinta: “Dios es Amor” (1 Jn. 4). A primera vista, esta es una afirmación simplista. Sin embargo, si lo leemos con la lente adecuada, su profundidad brilla. Antes de todo, Dios es Trinidad; tres personas divinas tan unidas en el amor que son inseparables en esencia. El Padre es un don al Hijo, el Hijo es un don al Padre y su amor es tan completo que se manifiesta como una tercera persona, el Espíritu Santo. Con esto en mente, el genio de la definición de San Juan se vuelve más claro. Al decir que Dios es amor, el apóstol está resumiendo cómo existe la Trinidad. En tres palabras, escuchamos la fuente de todo sabiduría, bondad, justicia y paz … amar. Como dice San Francisco de Asís: “Porque es dándose como se recibe”. La base de toda la realidad y el origen de toda la existencia no es la dominación, el poder o la fuerza; es el sacrificio. El amor sacrificial es la raíz de la divinidad. El atributo más básico de la naturaleza humana es amar, buscar el bien del otro. Somos más humano por el sacrificio. San Juan Pablo II se refirió a este fenómeno humano como la “lógica del don”. Ahora sabemos por qué el orgullo es el vicio más horrible. Contradice inherentemente nuestra naturaleza humana. Ser egoísta es antihumano, es la actividad más inhumana que alguien puede cometer. Asimismo, alimenta todos los demás pecados. Somos codiciosos, lujuriosos, glotones, perezosos, iracundos y envidiosos porque somos egoístas. La soberbia y el egoísmo nos ciega a la realidad. Si queremos crecer en santidad, necesitamos comenzar por la deconstrucción del orgullo. Debemos pedirle a Jesús sanar nuestros ojos de deseos egoisticos. Solo en esta manera podríamos comenzar verdaderamente el viaje de la santidad.