“Feliz de ti por haber creído”
En el Evangelio de Lucas 1, 39-45, leemos sobre la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Al escuchar la voz de la Madre Santísima, el niño en el vientre de Isabel saltó de alegría y la anciana, “llena del Espíritu Santo”, exclamó: “Bendita eres tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1,41-42). Esta interacción entre María e Isabel es tan rica en contenido teológico y significado histórico que será imposible abordar adecuadamente todos los detalles en este breve artículo. Sin embargo, busquemos explorar al menos la superficie de este evento bíblico tan significativo. Hay cinco personas directamente involucradas en la Visitación. Por un lado, tenemos a Isabel y Juan Bautista. Isabel es la esposa de Zacarías, un sacerdote de Israel. Juan, su hijo, es destinado a ser el último profeta de la nación judía. Así, vemos en las personas de Isabel y Juan Bautista una encarnación del Antiguo Testamento en su rol sacerdotal y profético. Por el otro lado, está la Virgen María y Jesucristo. El vientre de María es la nueva Arca de la Alianza que contiene un tesoro mucho mayor que la vara de Jesé o las tablas de los mandamientos de Dios (cf. Heb. 9,4). Más bien, dentro de ella está el cumplimiento encarnado de la ley y de los profetas. Es por esta razón que San Lucas menciona a Juan Bautista “saltando” en el vientre de la Madre Santísima. Así como el Rey David bailó delante del Arca de la Alianza cuando fue traída a la ciudad de Jerusalén (2 Sam. 6,14), así también ahora Juan Bautista baila delante de la nueva Arca de la nueva Alianza, ella al traerlo a Él, que es la esperanza de todos los pueblos. La Visitación, por lo tanto, es el encuentro personificado del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. En el abrazo de estas dos madres y sus hijos, testimoniamos el Pueblo de David abrazando a la Iglesia de Cristo. Este encuentro está mediado por la persona del Espíritu Santo. Él mismo declara la fidelidad y la preciosidad de María ante Dios cuando inspira a Isabel a alabar la fe de la Virgen: “Feliz de ti por haber creído” (Lc 1,45). Sí. Bienaventurada aquella cuya fe es mayor que la de Abrahán o Jacob, Moisés o Isaías, Ester o Débora. Bienaventurada la que creyó y cuya fe abrió el camino para la venida de Cristo al mundo.