Dos semanas atrás dijimos que la sagrada liturgia es esencialmente la comunión constante del Amor Divino que está ocurriendo perpetuamente entre las Personas de la Trinidad. Además, aprendimos que este amor no se encierra en sí mismo, sino que, a través de la persona resucitada y ascendida de Cristo, se ha abierto a toda la creación. Ahora, la propia esencia de la creación es una canción de alabanza al Señor. Como dice bellamente el cántico del libro de Daniel: “Cielos, bendecid al Señor; que la tierra bendiga al Señor; todo lo que crece en la tierra [y] todas las bestias salvajes y mansas, bendecid al Señor” (Dan. 3: 59, 74, 76 y 81). El sacerdote y poeta del siglo sexto, Venantius Fortunatus, comparte un sentimiento similar en un poema escrito para celebrar el Domingo de Resurrección: “Las estaciones se ruborizan con el buen tiempo florido; la tierra fructífera derrama sus dones con crecimiento variado; el brillo radiante de las flores surge; todas las hierbas sonríen con sus flores. Aquí, el favor del mundo que se revive da testimonio de que todos los dones han regresado junto con su Señor. Aquí, el que fue crucificado reina como Dios sobre todas las cosas, y todas las cosas creadas ofrecen plegaria a su Creador”. En estas pocas líneas, Fortunatus resume la misión clave de la Encarnación de Cristo y del Misterio Pascual: la restauración de toda la creación en comunión con el Padre. Cristo es el nuevo Adán que corrige la falla del viejo Adán. Las malas hierbas del pecado que envolvió el Huerto del Edén son vencidas por las flores de vida que florecen en el Huerto de la Resurrección. Pero, ¿dónde entramos nosotros en esta escena? ¿Cómo la persona humana participa en la creación en este himno universal de alabanza? La respuesta se da bellamente en el prefacio de la Tercera Plegaria Eucarística: “Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu hijo, Señor nuestro, con el poder y la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso”. El rol de la humanidad en el orden de la creación es unirse a Cristo para hacer un sacrificio puro al Padre. El artículo de la próxima semana se concentrará en definir “sacrificio” y cómo participamos en ello con Jesús.
La Sagrada Liturgia – 2° Parte