“Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas.” ¿Alguna vez te has detenido a considerar cuán fácil es para nosotros cambiar de opinión, sin embargo lo difícil que es para nosotros cambiar nuestros corazones? Cambiamos de opinión tan a menudo, tan rápido y ni siquiera lo pensamos dos veces. ¿Cuántas veces nos hemos decidido en comprar un artículo en particular en línea o en una tienda y hemos decidido que lo queremos porque es el mejor, es el más rápido en el mercado, está en especial, tiene 50% de descuento, mi amigo puede conseguirme un descuento – solo para terminar comprando algo completamente diferente? Los estudios prueban que tomamos un promedio de 35,000 decisiones en un día. Esas son muchas decisiones a considerar. Me pregunto cuántas de esas decisiones vienen de simplemente cambiar nuestras opiniones. Incluso hay momentos en los que cambiamos nuestras opiniones tantas veces en una circunstancia particular que ni podemos siquiera tomar una decisión final. Imagínate en el Templo escuchando a Jesús hablar por primera vez en un entorno público. Todos los que le escucharon hablando en el Templo quedaron asombrados. Estaban maravillados de la profunda sabiduría que venía del corazón de este niño de doce años que hablaba la verdad con tal confianza y elocuencia que ellos no podían dejar de escucharlo hablar sobre el Padre, sobre Moisés, sobre los profetas y sobre Él que vendría al mundo para redimir la casa de Israel. ¿Por qué cambiaron de opinión tan rápidamente sobre Jesús? El nunca cambió su mensaje. Consistentemente predicó sobre la Buena Nueva del perdón, del amor de Dios y de nuestra salvación. Que triste es considerar que los que escucharon hablar a Jesús cuando tenía doce fueron tal vez los mismos profesores, los mismos escribas, y los mismos ancianos los que luego cuestionaron su relación con el Padre, disminuyeron su autoridad, no creyeron que él era el Mesías escogido y no aceptarían que el era el Hijo de Dios. Él era solo el hijo del Carpintero o el hijo de María. Dios es inmutable. Él permanece sin cambio. Dios siempre ha sido amoroso, misericordioso, amable. Él nunca cambiará. Entonces, ¿por qué es tan fácil para nosotros cambiar nuestras opiniones cuando se trata de Dios? Cuestionamos su amor, su ley, su voluntad, sus mandatos, sus decisiones. Sin embargo, él nunca deja de amarnos. Tal vez este es el nuevo año en que nosotros finalmente cambiaremos nuestros corazones y opiniones sobre Dios y lleguemos a conocer y a creer en él sin lugar a duda porque él realmente nos ama. Padre Iván
La Sagrada Familia de Jesús, María y José