“El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.” ¿Anhelas el desierto, un encuentro espiritual, una oportunidad de escuchar a Dios? ¿Anhelas el silencio interior, una escapada tranquila, un retiro espiritual? ¿Anhelas a Dios en el silencio, por una conexión con lo divino, una oportunidad de ser tocado por el Cielo? ¿Anhelas estar con Dios a solas en silencio? ¿Responderás al llamado del desierto? ¿Entrarás en su paz? Pensar en un desierto puede invocar imágenes de un lugar inhóspito, de un lugar que es duro, seco, frío, estéril, desolado, vacío. No un lugar feliz, no un lugar grato. Para algunos, las condiciones de un desierto pueden parecer miserables, insoportables, difíciles para vivir, desagradables para estar dentro. Si este es nuestro marco de referencia, nuestro punto de vista, nuestra perspectiva espiritual, entonces el desierto es un lugar indeseable, una tierra baldía, un lugar de tentación, un lugar vacío, un lugar que debe evitarse. Pero si tu marco de referencia es de alguien que ha sido refrescado y renovado o de alguien que ha encontrado a Dios en el silencio interior, entonces el desierto se convierte en un lugar que es bueno para el corazón, benévolo para el alma, tranquilo para la mente y relajante para el cuerpo. El desierto puede ser un lugar de belleza absoluta si aprendemos a cerrar los ojos al mundo que nos rodea y a las imágenes que frecuentemente nos tientan. El desierto puede ser un lugar de transformación sorprendente si aprendemos a aquietar el mundo que nos rodea y silenciar nuestros teléfonos, nuestros pensamientos y las voces que interiores. El desierto puede ser un lugar de refugio, un cielo de paz, un santuario sagrado si aprendemos a retirarnos realmente del mundo y a entrar en Dios, en su corazón, en su santa presencia. Jesús a menudo fue al desierto a orar, a escuchar al Padre, a escuchar a su Espíritu. El anhelaba el desierto, deseando estar quieto, ser amado, ser animado, ser llenado. El desierto es un oasis espiritual, un lugar para refrescarse, un lugar para recrearse, un lugar de paz.  El desierto anhela por ti, exclama por ti, te llama, extendiendo una invitación a todos a entrar en la santa presencia de Dios, en el silencio de tu corazón, en el desierto de la paz de Dios y para simplemente estar en silencio, estar tranquilo, estar quieto, estar con Dios. Padre Iván