Como muchos de ustedes saben, me gustan mucho los libros. Bueno… eso más bien es una subestimación. Padre Ivan afirma que soy “obsesivo” con los libros. Uno de sus cuentos favoritos es sobre la noche en que regresé tarde de una conferencia de teología y literatura en Orlando, contrabandeando una horda de libros debajo de mi chaqueta de traje. El intento no tuvo éxito. Cuando entré por la puerta de la rectoría, los libros se me escaparon de la mano y cayeron al suelo. Nuestro amado párroco sólo podía reírse y menear la cabeza. Yo fui bueno esa vez… ¡sólo compré cuatro nuevos libros en vez de mis habituales diez! No hace falta decir que Padre Ivan ha sido más que hospitalario desde que me mudé a la Iglesia y Escuela Católica de St. Mary. No sólo me ha dado la bienvenida a la rectoría, sino que también ha acogido generosamente los 700 libros (y contando) que constituyen mi biblioteca personal. Sin embargo, mi acumulación de libros es mucho más que un simple pasatiempo o una fijación personal. Representa una apreciación verdaderamente católica del conocimiento y una responsabilidad cristiana hacia la verdad. Mi biblioteca no está compuesta sólo de libros religiosos. Tengo obras de historia, biografía, psicología, física, derecho/leyes, poesía, idiomas, bioética, ficción, etc… Tomo muy en serio las palabras de san Agustín: “El oro es oro dondequiera que se encuentre.” Verdaderos católicos son administradores de la sabiduría y servidores de la verdad; pensadores insaciables cuya única satisfacción es la aventura de una búsqueda incesante por el entendimiento. Como dice tan admirablemente Santa Teresita de Lisieux: “¡Lo quiero todo!” Esta es una aclamación católica. Queremos todo. Todo lo que es verdad, todo lo que es bueno, todo lo que es bello… estos son los gozos del catolicismo. Por eso cada católico, sin excepción, debe tener una biblioteca personal. Esta biblioteca debe ser completa, integral y sustancial… poseer algunos libros de Max Lucado y Joel Osteen no cuenta. La biblioteca debe ser un bastión de cultura, un lugar donde las mentes hambrientas pueden alimentarse y nutrirse. Virgilio, Homero, Aristóteles, Platón, Agustín, Aquino, Dante, Shakespeare, Tolstoi, Hemingway, Twain, Tolkien… estos son sólo algunos de los nombres que deberían revestir nuestras estantes. Nuestros feligreses y estudiantes me piden constantemente sugerencias de libros y maneras de crecer en el conocimiento de la fe. Por lo tanto, me gustaría pasar las próximas semanas proporcionando reseñas de diferentes obras literarias. Aunque me gustaría dedicar tiempo para ofrecer recomendaciones de libros de varios géneros, me limitaré a los libros de naturaleza explícitamente religiosa, ya que es el área de mayor interés entre nuestra gente. Oro para que estos artículos puedan ser útiles e que inspiren a cada familia en nuestra parroquia y escuela a empezar sus propias bibliotecas personales.