Hay pocas personalidades entre los santos como San Buenaventura. Nacido en la Italia del siglo XIII, se encontró con la orden franciscana cuando tenía 22 años.  Buenaventura comenzó sus estudios en la Universidad de París donde sobresalió en todas sus asignaturas académicas. Fue reconocido como brillante y muy inteligente. Uno de sus compañeros de clase también fue reconocido por su sobresaliente inteligencia, un joven llamado Tomas Aquino. Los dos alumnos se graduaron el mismo año. Era obvio para todos sus compañeros que estos dos hombres estaban destinados a convertirse en grandes eruditos. Además de su genio, los amigos poseían una profunda espiritualidad y deseo para la santidad. Esta sería la fuente última de su fraternidad. San Buenaventura escribiría muchos libros. Entre los más bellos de ellos se encuentra un poema titulado El Árbol de la Vida. El título del poema es bastante esclarecedor. En la historia de Adán y Eva, escuchamos sobre el “árbol del conocimiento del bien y del mal” (Génesis 2:17). La tradición judía también se refiere al árbol como el “árbol de la vida”. Después de la crucifixión de Jesús, la comunidad cristiana comenzó a llamar a la cruz el nuevo “árbol de la vida”. Porque, Cristo reemplazó la muerte del árbol del Edén con la vida del árbol del Calvario. De una manera misteriosa, Jesús resucitado es también el “árbol de la vida”. Él es el origen y la fuente de toda la vida. Buenaventura escribe su poema inspirado en esta noción de la Iglesia primitiva. El poema se divide en dos partes. El primero parte es sobre el origen de Cristo como el “Verbo hecho carne” (Jn. 1:14). El segundo reflexiona sobre la pasión y muerte de Cristo. Continuo esta analogía de un árbol, el santo centra su reflexión en doce estrofas de poesía que denomina “frutos”. Cada uno de estos “frutos” fluye de un evento diferente en la vida de Cristo: su encarnación, natividad, milagros, predicación, pasión, muerte, etc… Cada una de las doce estrofas está precedida por una reflexión escrita del santo. Al final, este libro demuestra ser una prosa poderosa y conmovedora que puede inflamar e inspirar el corazón de cada católico.