“Aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo.” Dulce Jesús, a menudo me encuentro pensando sobre esta asombrosa jornada – reflexionando sobre este nuevo día en que me has acogido clementemente. Este nuevo comienzo que me has concedido. Esta nueva vida que clementemente me confieres. Estoy sin aliento, sin palabras; tu Espíritu me llena. No soy el hombre que solía ser. Aunque exteriormente, algunos puedan decir que soy el mismo. Tal vez un poco más viejo, un poco más gastado, un poco más lento, e incluso un poco más débil. Definitivamente ya no soy la persona que solía ser puesto que tú has entrado en este humilde cuerpo. Has entrado en mi vida. Has derramado abundantemente tú Espíritu y Amor en mi corazón. Me has llenado de tu luz. Tu Espíritu mora en el centro de mí ser. Me has formado de nuevo. Me has recreado a tu imagen. Me has transformado con tu voluntad. Has cambiado mi corazón y soy una mejor persona por ello. Me has liberado de la desesperación. Has traído luz a mi oscuridad. Me has amado cuando nadie más pudo. Has sanado mis heridas. Me has fortalecido en esta batalla. Me has hecho una nueva creación. Ya no soy la misma persona porque ahora soy un Hijo de Dios, un Templo del Espíritu Santo, el Cuerpo de Cristo. Soy libre; ya no soy un cautivo – ya no soy esclavo del pecado, ya no vivo en la oscuridad sino que soy libre; un hijo de la luz. Yo soy tuyo, Oh Señor. Conságrame más profundamente a tu Sagrado Corazón, en tu Santo Ministerio, a tu Santa Voluntad. Por favor ayúdame a escuchar tu voz, a seguir tu ejemplo, a cooperar con tu Espíritu, a hacer tu Santa Voluntad. Salvador Clemente, me has salvado, me has renovado, me has perdonado, me has ofrecido tu paz y ahora soy una nueva creación y mi corazón te pertenece. Ven, espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y encienden ellos el fuego de tu amor. Padre Iván
Domingo de Pentecostés