Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Hay una habitación interior dentro de nuestros corazones, un lugar secreto que mantenemos seguro, vigilado y protegido. Lo mantenemos cerrado bajo llave y candado. Allí escondemos nuestro dolor, nuestro sufrimiento, nuestros fracasos, nuestra angustia, nuestros pecados, nuestros secretos, nuestra otra identidad. El miedo nos impide abrir esa puerta y permitir que la verdad venga a la luz y permite a Jesús sanar lo que está roto, que disipe lo que está oscuro, deshacerse de lo que es malvado, ilumine lo que es falso. El miedo nos inhabilita, nos hace olvidar, mentir, erigir paredes y puertas dentro de nuestros corazones. El miedo nos aprisiona y nos roba nuestra paz. Necesitamos que el Cristo resucitado penetre en nuestros corazones y se pare entre nosotros y nos diga “La paz esté con ustedes”. Necesitamos que Jesús pase a través de las paredes de concreto y abra las puertas con cerrojo de nuestros corazones para eliminar el miedo y traernos paz. Tendemos a pensar en la paz como algo externo a nosotros. Pero Jesús habla de una realidad interior. Él nos ofrece algo que está dentro de nosotros. Él habla de ese lugar en lo profundo de nuestros corazones donde estamos unidos, reconciliados y en armonía con Dios. Ese es el regalo de Pascua de Jesús para nosotros. Su amorosa invitación para nosotros. Para que la Paz de Dios esté con nosotros como para estar unidos a él, reconciliados con él, en paz con él siempre. Cuando pecamos, no hay más paz dentro de nosotros, no hay paz a nuestro alrededor. Más bien, invitamos al desorden, al conflicto y a la guerra a nuestras vidas. El pecado produce oscuridad, desesperación, desánimo, descontento, desunión. La reconciliación, por el otro lado, trae sanidad y perdón. Restaura la paz y la paz restaura nuestro amor y confianza y certeza en Dios. Cuando confesamos nuestros pecados, la misericordia de Dios nos otorga el perdón y el perdón de Dios nos produce paz interior. Estamos perdonados, unidos a Dios, allí hay paz. Celebramos esto en la Misa cuando el sacerdote dice, “Señor Jesucristo, que dijiste a tus Apóstoles: La paz les dejo, mi paz les doy; no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad”. La voluntad de Dios es la paz. Que vayamos en paz y permanezcamos en paz. Permite a Dios disipar tus miedos y darte la paz del Cristo resucitado. Recibe con confianza la paz de Dios y teme sólo a la pérdida del Cielo y a los dolores del Infierno. Padre Iván.
Domingo de la Divina Misericordia