“Hermanos: Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud.” La libertad es el lugar hacia donde todos estamos viajando. No viajamos solos, viajamos con Cristo – en él, a través de él. La libertad es ese estado mental que anhelamos alcanzar, la vida que esperamos llevar. Deseamos la libertad, queremos ser libres, necesitamos ser libres. Libres de lo que nos esclaviza. Libres de lo que nos refrena. Libres de lo que nos restringe. Libre de lo que nos confunde. Libres de lo que nos aprisiona. Libres de lo que sea que nos impide ser simplemente quienes somos, lo que fuimos llamados a ser, quienes fuimos creados para ser. Nuestra verdadera libertad, la libertad que nos ha dado el derecho y privilegio de ser llamados Hijos de Dios fue comprada para nosotros a un gran precio (verdaderamente a un gran precio). Jesús rescató y se entregó a sí mismo por nosotros para liberarnos – libres de Satanás, de la maldad, de la oscuridad, del pecado, de la cautividad , de todo lo que nos separa de Dios. En el amor y en la divina misericordia, Jesús sufrió y murió por nosotros para ser una ofrenda de paz para el Padre (una ofrenda de paz encantadora, verdaderamente). Un don dulce y fragante para ti y para mí. Por sus heridas, Jesús sana nuestra desobediencia. Por su Sangre, el cubre una multitud de pecados. Por su Cuerpo, él restaura nuestra vida. Por su amor, somos amados y liberados para amar y ser amados por toda la eternidad. Agradecidos a El que nos liberó, somos ahora ciudadanos libres del Cielo. Nosotros no somos esclavos al pecado ni de la oscuridad, ni de la gente malvada, ni de los malos frutos porque Jesús nos hizo una nueva creación. Él rompió las cadenas del cautiverio. Abrió las puertas del calabozo de la muerte. Él dispersó la oscuridad y nos llevó a su luz maravillosa. La luz de un día nuevo y eterno – un nuevo día, un nuevo comienzo, una nueva vida en Cristo. ¿Quién querría volver a la muerte, a la oscuridad, a la depresión, a la desesperación? Estas nos aprisionan, nos impiden ser verdaderamente libres, nos impiden compartir la libertad que Cristo ha ganado para nosotros. “Padre Celestial, gracias por no darte por vencido con nosotros. Realmente merecíamos la sentencia que recibimos causada por nuestra pecaminosidad, por nuestra desobediencia, por nuestra inhabilidad de amarte perfectamente. Tú eres un juez muy misericordioso, amable, que toma decisiones justas y aún en tu gran amor y misericordia, tú permitiste que Jesús pagara nuestra deuda por completo. Sálvanos, Salvador del mundo, porque por tu Cruz y Resurrección nos has liberado”. Padre Iván
Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario