“Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza.” Oh Amadísimo Padre, ¿por qué estamos tan ciegos ante la belleza de tu rostro, a los Ángeles adorando a tu Amado Hijo en la Eucaristía, a ver a Jesús en los heridos, en los que sufren, en los abandonados, en los no nacidos? Oh Misericordiosísimo Padre, ¿por qué estamos tan sordos a la dulzura de tu voz, a los Coros de Ángeles cantándote himnos de alabanza, a los Santos en oración, al susurro del latido te tu corazón, al alma de nuestra Madre María alegrándose, al clamor de los pobres, de los enfermos, de los heridos, de los vulnerables o de los que lloran solos? Oh Clementísimo Padre, ¿por qué hemos permitido que nuestros corazones se conviertan en fortalezas cementadas resguardadas por el frío y cubiertas en oscuridad como en un desierto estéril carente de vida y sol, haciéndonos incapaces de sentir las suaves caricias de tus besos, haciéndonos insensibles a la tibieza de tu amor, haciéndonos ajenos a tu Santa Presencia sin saber que tú estás aquí? Por favor, mi Señor, nunca te canses de otorgarnos tu infinito amor y divina misericordia, tu asombrosa gracia y tu bondad inquebrantable, tu compasión interminable y el don de tu perdón y tu paz. Somos realmente deplorables por decirlo de forma suave; ignorantes de tus dones, indignos de tu amor. Sin embargo tu continúas dando. Tu nunca te cansas de amarnos. Tu nunca paras de derramar tu misericordia sobre nosotros. Somos tan pobres que no podemos ver nuestra propia belleza creados a tu imagen y semejanza. Estamos tan tristes que ya no podemos oír todas las veces en un día que tú nos dices que nos amas. Estamos tan perdidos,que nuestros corazones se han ido tan lejos de ti, mi Señor, que eres la fuente de la bondad en nuestro interior, que eres todo bueno y merecedor de todo nuestro amor, que ya no podemos sentir la inocencia, lo sagrado, la santidad dentro de nosotros. No creemos que puedes amarnos tanto, hemos abandonado toda esperanza, hemos entregado nuestros corazones a lo que es pecaminoso, profano, inefable. Que nuestro Amoroso Dios nos ayude a darnos cuenta que sin él no podemos existir. Que somos nada más que un insignificante pedacito de polvo, un ruidoso suvenir, una cosa sin luz. Pero con él, tenemos todo lo que esperamos, todo lo que necesitamos, todo lo que deseamos. Solo Dios es realmente suficiente. “Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente.” Padre Iván
Decimotercer Domingo del Tiempo