Abraham se quedó ante el Señor y le preguntó: “¿Será posible que tú destruyas al inocente junto con el culpable?” La disposición y la postura de Abraham hacia Dios es siempre una de sumisión; un fiel hijo y un humilde servidor. Nuestro Padre en la Fe amorosamente sigue a nuestro Padre Celestial con abandono y confianza inquebrantable. Él está detrás del Dios que lo creó, lo llamó, que se hizo amigo de él y lo ama tan íntimamente y de una manera particular. Con la confianza y seguridad y con una profunda reverencia y amor por Dios, Abraham se acerca a Dios en oración, en conversación, en coloquio, no para sí mismo, sino para interceder por el otro, porque el amor siempre es para el otro. El amor no se retiene sino en amoroso sacrificio es dado por el otro. En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, un coloquio es una conversación amorosa, íntima y sentida entre Dios nuestro Padre y tú, entre Cristo nuestro hermano y tú, entre el Espíritu Santo nuestro Fiel Amigo y tú, entre María nuestra Madre y tú o entre cualquiera de los Santos y tú. Usualmente, llega al final de una hora santa, pero puede suceder en cualquier momento de oración, especialmente cuando el Espíritu Santo te inspira. Durante la oración, puedes encontrar que Dios te llevó a un recuerdo o palabra o frase particular que requiere cierta sabiduría, entendimiento, gracia o paz. El coloquio es una excelente manera de buscar el consejo, la intercesión y ayuda que necesitamos de Dios o de un Santo en particular para que nos ayude a avanzar en nuestra postura amorosa ante Dios y para darnos a su voluntad en una disposición espiritual genuinamente sumisa. “Padre Celestial, yo te amo. Gracias por enfocar tus tiernos ojos de misericordia en mi corazón y por penetrarme con tu mirada amorosa. Enséñame a ver como tú, no la apariencia sino el corazón de tus amados hijos. Dulce Jesús, Santo Redentor, amante de mi alma, te amo. Gracias por tu maravilloso don de la oración, por tu amorosa preocupación por mí, por amarme con tanta intensidad y con una intimidad particular reservada solamente para mí. Enséñame a amar como tú, incondicionalmente. Espíritu Santo, te amo. Gracias por el calor y el fuego de tu amor. Por favor cúbreme con el aliento de tu amor y sopla sobre mí nueva vida. Enséñame a permanecer abierto a ti. Madre María, te amo. Gracias por decir sí a Dios y a toda la humanidad. Gracias por decirme sí. Por favor enséñame a aceptar clementemente todos los clementes dones de Dios y a usarlos clementemente para dar gloria y alabanza a su Santo Nombre. Ángeles y Santos, los amo. Por favor rueguen por nosotros”.  Padre Iván.