“Abres, Señor, tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos.” ¿Alguna vez te has sentido tan solo aunque pareciera estar sucediendo tanto alrededor tuyo – un mundo lleno de ruidosa música, tráfico rápido, momentos apresurados y ocupados con toneladas de conversaciones y sin embargo, en medio de tanta actividad, permaneces invisible a un mundo concurrido que continúa en silencio ante tu grito de ayuda, o permanece distante a tus gritos insonoros? ¿Alguna vez te has sentido tan desesperanzado que ni siquiera Dios pudo alcanzarte o tan desvalido que Dios no pudo ayudarte? La vida por momentos puede ser abrumadora, la familia puede agotadora, las relaciones pueden volverse pesadas y el trabajo puede simplemente volverse inútil e insatisfactorio. ¿Qué haces cuando parece que no hay una solución fácil para tu problema, ni un alivio aparente o un final a la vista, todo parece ser inútil, desesperanzado e inservible y la situación sólo se empeora? ¿A dónde vas por ayuda? ¿A quién recurres? Por favor, no te rindas. Dios siempre está ahí para nosotros. Dios siempre está ahí para ti. Solo tenemos que correr hacia él y pedirle un abrazo cariñoso, un hombro en el que llorar o un oído que nos escuche.  En momentos urgentes, como aquellos en los que no le importamos a nadie o no entendernos o te encuentras con esos momentos desesperados que provocan ansiedad, problemas, o pérdida o en que sufres esos momentos difíciles que llevan a la oscuridad, a la desesperación, a la depresión, al desaliento o a la desolación, necesitamos buscar a Dios, especialmente en momentos de gran necesidad.  Recientemente compartí un momento de crisis, yo busqué al Señor en gran soledad.  Le pedí al Señor que me sostuviera como una madre sostiene a su niño; como un padre sostiene a su hijo. Le pedí a Dios que pusiera su mirada sobre mi corazón y que ponga mi mirada en la suya. En un profundo silencio escuché a una voz decir, “tú ¿qué sabes?, tú ¿qué sabes?” Entendí que se me pedía que considerara qué conocimiento yo poseía que era absoluto e inmutable. Después de un breve momento de reflexión yo dije, “Señor, yo sé que tú me amas y me has perdonado y que tú nunca me has abandonado o te has dado por vencido conmigo y que siempre has proveído y que siempre proveerás para mí.” El Señor respondió, “bien”, se me pidió que nunca olvidara lo que sé, especialmente en esos momentos de angustia puesto que la gracia de Dios nos ayudará a superarlo porque somos amados, cuidados y nunca estamos solos. Esta es una gran fuente de consuelo, alivio y paz por lo que nunca te olvides de lo que sabes.  Padre Iván