“Escucha la voz del Señor, tu Dios, que te manda guardar sus mandamientos y disposiciones escritos en el libro de esta ley. Y conviértete al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma”. Amor es quienes somos. Es de lo que se trata. El amor es la causa de nuestro ser, la razón de nuestra existencia. Es por eso que viviremos y respiraremos. El amor es quien Dios es y quienes somos nosotros. Nuestro Padre Celestial nos creó por amor y por ninguna otra razón. Él no nos necesitaba y todavía no nos necesita. Pero nos ama tanto que no quiere vivir sin nosotros. No le agregamos nada a Dios. Él es perfecto y la fuente de la perfección. Nosotros no completamos a Dios en ninguna manera. Más bien, él es quien nos completa y nos perfecciona en todos los sentidos. Entonces, literalmente, fuimos creados por amor, fuimos creados en amor, fuimos creados para amar. Dilo en voz alta para que puedas escuchar tu propia voz decir: “Fui creado por amor, fui creado en amor, fui creado para amar”. Eso es quienes somos – amor. Si pudieras tomar una persona y rompernos para llegar al centro de nuestro ser y ver la esencia misma de lo que somos, encontrarás un océano del amor de Dios impreso en nuestro corazón y en nuestra alma, tan profundo, que no puede ser penetrado, es insondable. Tú encontrarás el amor de Dios ardiendo tan brillantemente, con tanta intensidad, que es insaciable. Nunca podría ser extinguido. Ese amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones tan profundamente que, simplemente no podemos entenderlo. Las palabras nunca podrían verdaderamente describirlo. Debe ser experimentado, compartido, dado, recibido. Es esta profunda realidad e íntimo amor que nos creó y salvó y ahora nos llama, nos invita y nos manda a amar con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, con toda nuestra fuerza, y con toda nuestra mente, la misma esencia y fuente de amor, Dios. Y luego, en ese amor, amarnos los unos a los otros perfectamente como hemos sido amados. Debemos recordar que no podemos dar lo que no tenemos; no podemos compartir lo que no hemos recibido; no podemos ser lo que no nos hemos convertido. Así que ven a la mesa del amor profundo de Dios, la más grande expresión del amor de Dios derramada por ti y permite que el amor de Dios te sane, te purifique, te refresque, te fortalezca y te renueve en el amor en que fuiste creado para ser. Padre Iván
Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario