Jesús dijo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.” ¿No estás cansado? Parece que siempre vamos a la carrera, constantemente corriendo de aquí para allá, siempre a la carrera, siempre en movimiento – sin tiempo para descansar, sin tiempo para un receso, sin tiempo para estar quieto. Parece que nunca recuperamos el aliento ni siquiera tenemos tiempo para desacelerar por un rato. Parece que siempre estamos buscando algo, siempre tratando de hacer más al mismo tiempo. Parece que siempre estamos buscando riquezas, deseando fama, acumulando cosas, recogiendo artefactos, buscando el éxito, persiguiendo sueños, viviendo en un mundo de fantasías o buscando por la salida fácil. Estamos constantemente atareados ocupando cada momento, llenando todo nuestro tiempo. Hablamos mientras hablamos, telefoneamos mientras comemos, texteamos mientras manejamos y nos preocupamos todo el tiempo. Hasta tratamos de trabajar mientras dormimos. En serio, ¿no estás cansado de estar ocupado todo el tiempo? ¿Acaso no anhelas por un receso real que verdaderamente te refrescará, que te descansará, que te recreará? ¿Nunca quisieras dar un descanso a tus oídos de toda la contaminación acústica, dar un descanso a tus ojos del mundo virtual, dar a tu mente un momento libre de ansiedad o apagar todos los efectos electrónicos, apagar el cuerpo y descansar el alma? Jesús dice, “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.” El descanso es un regalo tan importante de Dios. Es bueno para nuestra vida y necesario para nuestra relación con Dios pues hasta Dios descansó después de crearnos. El descanso es un retiro de las ocupaciones de la vida, una bienvenida salida del mundo, una invitación amorosa de nuestro Salvador. El problema es que no lo sabemos o lo ignoramos. No lo queremos o lo estamos posponiendo. Estamos tan ocupados, no tenemos tiempo para descansar o hacer tiempo para ello. Creemos que no tenemos los recursos para obtenerlo o el tiempo para viajar para entrar en él o el sitio para recibirlo. Jesús simplemente nos invita a estar quietos y orar. Ponernos en un entorno tranquilo lejos de las distracciones y del ruido y compartirnos con él. Él nos anima a encontrar un lugar donde Dios nos pueda encontrar o un momento en el que podamos estar con él. Jesús nos ordenó, por el bien de nuestra paz, a ir a nuestro aposento interno de nuestro corazón, cerrar la puerta y simplemente estar quietos y descansar en el Dios que nos ama. Padre Iván
Decimoctavo Domingo del Tiempo