“Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?” Las escrituras nos recuerdan que, “la buena semilla son los ciudadanos del reino” y que “la cizaña son los partidarios del maligno.” ¿Cual eres tú? ¿Eres tú un grano de trigo o eres una cizaña? ¿Se puede confiar en ti para hacer buen juicio sin soberbia, perjuicio, emoción u opinión? Pienso en qué tan frecuente yo he juzgado mal a una persona, una situación o algo que pensé que entendía sólo para descubrir que estaba equivocado – qué tan frecuente he hablado mal, he errado, he juzgado mal. ¿Cómo respondemos en tales momentos y circunstancias en que no teníamos la respuesta correcta o la solución al problema? ¿Cuándo nos interpusimos en permitir que la verdad se revelara o dirigimos a alguien en la dirección equivocada? ¿Dijimos ¡uy!? ¿Tuvimos el valor de decir lo siento o la fortaleza de admitir que nos equivocamos? Necesitamos humildad para darnos cuenta que en ciertos momentos podemos estar ciegos, que juzgamos mal las apariencias, que a veces somos incapaces de ver la verdad real. Realmente no somos buenos jueces de personajes, de personas, de situaciones, de nosotros. ¿Cuántas veces hemos juzgado mal las distancias, los resultados, las conversaciones, el tiempo? ¿Alguna vez tomaste un paraguas cuando parecía que iba a llover sólo para experimentar todo un día soleado o decidido no llevarte un paraguas contigo sólo para experimentar una lluvia torrencial? A veces estamos en lo correcto, pero no siempre. Si pudiéramos tan simplemente juzgar mal un libro por su portada, un regalo por su envoltura, una persona por su apariencia – ¿qué fácil podría ser juzgarnos mal, nuestras habilidades, nuestras limitaciones, nuestros sentidos, nuestras percepciones, nuestros juicios? ¿Qué fácil sería juzgar mal si tu eres un grano de trigo o una mala semilla? Podemos pensar que somos más fuertes de lo que realmente somos, más inteligentes que el resto, mejores en lo que hacemos, más rápidos que todos los demás – sólo para descubrir que no lo somos. Podemos, por el contrario, tener una imagen negativa de nosotros, ser duros con nosotros, tener una baja autoimagen y negar el verdadero valor de nuestros dones, de nuestras habilidades, de nuestra vida – sólo para descubrir que estamos tan equivocados. Sólo para descubrir que Dios realmente nos ama mucho. Así que no seas un juez. Más bien, se un santo y reza por el resto de nosotros. “El que tenga oídos, que oiga.” Padre Iván
Décimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario