Jesús dijo a sus apóstoles: “No teman a los hombres.” El miedo es una cosa terrible – ¿no? Paraliza nuestro crecimiento en la confianza de Dios. El crecimiento en la promesa y esperanza que nos ha hecho amados hijos de Dios. Nos aleja de la verdadera felicidad que Dios desea compartir con nosotros. Nos separa del amor y de la paz del reino de Dios. Los efectos del miedo no son en modo alguno agradables. Sin embargo, permitimos conscientemente que el miedo interrumpa nuestras vidas y nos quite nuestra paz interior. El miedo causa que nuestras mentes corran constantemente con ansiedad – siempre turbadas – siempre preocupadas, siempre anticipando una respuesta o resultado que a menudo no llega a pasar; que puede que nunca llegue a ser. Sin embargo, nos mantiene petrificados; prisioneros en nuestras mentes – esclavos de la ansiedad, el miedo, la preocupación. El miedo nos pone de adentro hacia afuera. Nos pone mareados, fríos, ansiosos. Nos impide ser realmente felices. No puedo imaginar a nadie que quiera sentirse tan indefenso, tan vulnerable, tan dependiente, tan necesitado. ¿Quién desea sentirse así? Bueno, en los ojos de Dios – yo quiero. El Santo Temor es ese miedo que nos preserva de estar separados de Dios; de su Santa Presencia. Nos preserva de estar separados del gozo y de la paz y de la luz de salvación. Este temor es bueno para nosotros. Santo Temor es buen temor que nos preserva de pecar. Nos anima a seguir los mandamientos; de adoptar las bienaventuranzas. El tipo de temor que nos hace ser agradecidos, bondadosos, misericordiosos. El temor nos inspira a decir, “lo siento”, “eres bienvenido”, “te perdono”. Ese buen temor que nos anima a ir a Misa, a celebrar los sacramentos, a rezar seguido y con profunda devoción y verdadera reverencia. Ese tipo de temor que nos pone de rodillas porque sabemos lo mucho que somos amados y que no hay nada más que temer excepto estar separados de Dios por toda la eternidad. Cuan seguido escuchamos a Jesús decir a sus discípulos, “No tengan miedo” y nos dice, “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí.” ¿Entonces qué es lo que tememos si Dios está con nosotros y nosotros estamos con él? Se indefenso, se vulnerable, se dependiente, se necesitado a los ojos de Dios porque está escrito, “Dichosos los que temen al Señor” Padre Iván
Décimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario