“La semilla que cae sobre buena tierra producirá una fructífera cosecha.” Iniciar un jardín es mucho trabajo. Pero con paciencia, con perseverancia, con la ayuda de la gracia de Dios, se convierte en una labor de amor. Qué privilegio es compartir en la belleza de la creación de Dios. Amo la imagen de Dios como el Jardinero y nosotros el jardín. Contemplo como Dios nos cuida y cultiva la belleza de su creación dentro de nosotros – desyerbándola, podándola, regándola. Cuando la creación permite a Dios ser su jardinero, permanece hermosa, fragante, fructífera. Pero cuando la creación rechaza la gracia de Dios se vuelve ácida, amarga, podrida, desagradable, mala, fea. El Maestro Jardinero es siempre tan paciente, misericordioso y amable. Él recrea; él produce una Rosa Mística – tan llena de gracia, tan dulce flor, sin mancha, belleza a los ojos del corazón de uno. El llama María a su dulce rosa. Su corazón es un hermoso jardín del amor de Dios. Un nuevo Edén donde Dios escoge morar. Un lugar para acoger la bondad de su creación y descansar en ella. María es la nueva Eva – fiel a la Palabra de Dios, obediente a su llamado, humilde ante sus ojos. Nuestra Madre Amada siempre está tan abierta a permitir que Dios plante la semilla de su amor en la tierra de su corazón. Ella permanece siempre atenta a su amorosa instrucción y perpetuamente receptiva a la gracia de Dios mientras él cultiva la semilla de nuestra salvación profundamente dentro de su ser. La tierra en el corazón de María es tierra buena, tierra santa, tierra receptiva – siempre tan vulnerable a Dios, siempre tan humilde, siempre tan indefensa a la gracia y al derramamiento del Espíritu de Dios. Ella permite a Dios ser Dios. Ella permite a Dios ser el Jardinero de su corazón. Y por la gracia del amor de Dios, ella trae el Bendito Fruto de su Vientre; siempre tan inocente, siempre tan hermosa, siempre tan dulce – que hermosa es esa flor. Jesús también nos muestra cómo permitir a Dios cultivar las heridas dentro nuestros propios corazones. El comparte la gracia y los beneficios de permitirle a Dios el cultivar la tierra dentro de nuestros propios corazones para que su palabra pueda estar plantada profundamente dentro nuestro y que las semillas del amor de Dios puedan ser eficaces en nuestras vidas. Permitámonos aprender de Jesús – permitámonos aprender de María a permanecer abiertos, disponibles, atentos, receptivos y vulnerables a Dios – el Jardinero de nuestras almas. Padre Iván
Décimo Quinto Domingo del Tiempo Ordinario