“Hermanos: Yo quisiera que ustedes vivieran sin preocupaciones.” ¿Conocen el gozo que proviene de estar totalmente disponible para Dios y la libertad que proviene de ser totalmente suyos? ¿Alguna vez han disfrutado la verdadera felicidad que fluye de pertenecer por completo a Dios: cuerpo, alma, mente y ser, sin duda o reserva? ¿Han sido liberados de tenerse que preocupar por si le gustan a esta persona o a esa persona y de la inquietud que surge de tener que estar a la altura de las expectativas de los demás? ¿Son libres de simplemente ser ustedes o tienen que estar constantemente preocupados por quienes todos quieren que sean? ¿Han experimentado el verdadero poder que proviene de saber que no tienen que preocuparse por nada porque saben, creen y confían que Dios siempre provee, que él ya ha provisto, que él siempre provee lo que necesitan en cada circunstancia y situación? Esa es la verdadera libertad. La ansiedad, el miedo, la inquietud y la preocupación constante nos paralizan, nos entumecen, nos encarcelan y nos impiden avanzar. Nos encontramos en un proceso de pensamiento perpetuo, incapaces de ver la belleza que nos rodea, incapaces de vivir en el momento actual, incapaces de disfrutar la vida porque no podemos pensar sobre otra cosa que no sea lo que pueda suceder, lo que podría ser, cómo podríamos cambiar el resultado, cómo podemos influir en la decisión final. Nuestros propios pensamientos nos llenan de preocupación. Nuestra ansiedad crece porque somos incapaces de controlar la situación. Nuestro miedo crece debido a lo desconocido. Nuestra inquietud aumenta porque estamos preocupados por nuestra imagen y nuestra reputación. Pero Jesús dice: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. Cuando las situaciones difíciles surgen en sus vidas y se encuentran indefensos, abrumados y solos – Jesús les invita a acudir a él, a orar, a confiar, a dejar pasar. Él nos anima a ofrecer nuestra oración a Dios, a decirle lo que necesitamos, a decirle cómo nos sentimos, a aumentar nuestra fe. Él nos invita a decir con valentía, con abandono total, “¡Jesús, confío en ti!” Entonces déjenlo y dejen que Dios sea Dios para que puedan tener libertad sin ninguna ansiedad para simplemente ser ustedes. Mis hermanos, “No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” Padre Iván
Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario