“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú está conmigo.” El miedo es algo que pensamos con frecuencia y experimentamos a menudo. El miedo nos aprisiona – es una sentencia autoimpuesta que nos hace indefensos, sin esperanza, inútiles. El miedo puede paralizarnos y llenarnos de dudas. El miedo puede deprimirnos y causarnos la desesperación. El miedo puede abrumarnos y conducirnos a la desolación. En situaciones que tememos, nuestra fe es sacudida – probada. Huimos de Dios, nos encerramos, nos escondemos esperando que el mundo cambie o desaparezca. ¿Cuántas veces tus propios miedos te mantienen alejado de Dios, de amarlo y más importante aún de ser amado por él? El miedo puede cegarnos a la verdad, hacernos sordos a la voz de Dios, impide que nuestros corazones descansen en la paz de saber que Jesús está a nuestro lado. El miedo se siente como la tumba vacía. Cuando “el Ángel del Señor bajó del cielo… los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El dijo a las mujeres, “¡No teman!” Los discípulos también estaban llenos de temor el Domingo de Resurrección; un día supuesto a ser para regocijo y alegría, pero ellos se aprisionaron, trabaron las puertas y se sentaron en temor, en duda, en desesperación, en desolación. Jesús entra suavemente en la escena en y dice: “La paz esté con ustedes.” Si le invitamos y confiamos en su gracia, Jesús entra en nuestros momentos de angustia y nos recuerda que no hay nada a que temer, ni siquiera a la muerte porque él la venció así que estemos en paz. Entonces, ¿a qué le tienes miedo? ¿Al rechazo, a la vergüenza, el no tener dinero, al estar solo, a la oscuridad, a que se aprovechen, que te golpeen, que se burlen, a cometer errores, a ser diferente? Jesús dice, la paz esté con ustedes. Mira mis manos, mira mis pies, mira mi costado, pon tus manos en mis heridas. Todo está sanado – está en paz. ¿Qué podría separarnos del amor de Dios? Nada excepto nuestros pecados y nuestros temores e incluso entonces, Cristo soplará nueva vida en nosotros; ayudándonos a superar nuestros temores y llevar su paz a nuestras vidas y al mundo. Así que regocíjense y estén alegres porque “Por sus llagas ustedes han sido curados.” Por su Cruz, ustedes han sido redimidos. Por su muerte, se les ha dado nueva vida. En el amor del Padre, están en paz. Padre Iván
Cuarto Domingo de Pascua