“Yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones.” Nuestros corazones son Templos Sagrados, lugares de profunda y honda intimidad, lugares de unión amorosa con el Padre, Hijo y Espíritu Santo. En oración, contemplo mi corazón. Me pongo en la sagrada presencia del Señor y pido por la gracia que despliega esta bella imagen del corazón. Mientras me siento frente del altar, considero su profunda sencillez. No hay desorden; está simplemente listo y esperando a recibir una ofrenda digna; listo para ser usado por así decirlo. Pienso sobre mi propio corazón como un altar del Señor. Debe ser preparado de la misma manera. Despojado, desnudo, esperando ansiosamente para recibir el sacrificio de la Misa, listo para recibir el amor sacrificial del Señor. Pero este no siempre es el caso. A veces, el altar de mi corazón requiere mucho cuidado para poder ser preparado para celebrar los sagrados misterios y recibir el regalo del tierno amor del Padre, del santo sacrificio del Hijo, la efusión del Espíritu Santo. Me imagino invocando la gracia del Espíritu Santo antes de Misa. Le pido al Señor que prepare el pequeño altar de mi corazón; liberándolo de las cosas que se interponen en el camino de ofrecerme a mí como Jesús al Padre; liberando mi corazón de las cosas que me previenen de recibir más plenamente el precioso Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Abandonar nuestros corazones al Señor en la intimidad de la oración permite que el Espíritu Santo penetre en las profundidades de nuestros corazones; limpiando, purificando, preparando, dando, recibiendo. Cuanto más nuestros corazones pueden estar despojados de apegos mundanos, más pueden ser transformados y llenados por el Espíritu Santo. Cuanto más podemos despojarnos del ruido y de la confusión, más podemos apegarnos al silencio interior y a la paz. Movidos por la sagrada presencia del Señor, le pido al Señor que prepare el pobre altar de mi corazón en preparación y anticipación del Santo Sacrificio de la Misa. Luego rezo en amorosa confianza, ven Espíritu Santo purifica mi corazón, transfórmalo para que sea un altar santo para el Señor, deseoso de recibir su sagrado regalo. Jesús manso y humilde de corazón, haz que mi pobre corazón sea semejante a tu glorioso corazón. Padre Iván
Cuarto Domingo de Cuaresma