“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.” ¿Alguna vez has experimentado el amor de Dios? ¿El amor que es totalmente libre, que es tan inmerecido y que es inestimable? ¿El amor que es completamente incondicional, que por naturaleza es inmortal y destinado a ser eterno? ¿El amor que es totalmente sacrificado, que sin duda cambia vidas, que perpetuamente da vida y que siempre está disponible para nosotros? ¿El amor que las palabras no pueden describir, que el dinero no puede comprar, que la gente no puede fingir, que los corazones no pueden negar, el amor que sólo Dios puede dar? ¿Conoces el tipo de amor del que estoy hablando, verdad? Ese amor santo, ese amor puro, ese amor que sana mientras hiere y te hace llorar de emoción. Ese tipo de amor que te hace esperar por lo imposible, te hace una mejor persona, te hace decir te amo incluso a quienes no te pueden amar a cambio, incluso a aquellos que te pueden herir otra vez, incluso a aquellos a quienes les disgustas. Tú sabes, ese amor especial que llena tu corazón con tanta calidez que no lo puedes ocultar, el amor que te ayuda a ver la belleza interior en todas las cosas, el amor que te ayuda a ver al niño Cristo, el amor que te inspira a ver a Jesús en todas las personas, el amor que te desafía a mirar más allá del exterior y mirar en el corazón del otro. ¿Conoces ese amor, verdad? ¿El amor que une los matrimonios, que construye relaciones, que fortalece lazos familiares, que forma amistades para siempre, el amor que termina guerras para siempre y trae paz eterna? Ese es el tipo de amor que Dios tiene para nosotros. Su amor no puede contenerse, está destinado a desatarse. No puede ser enterrado como un talento, debe ser compartido para que se pueda multiplicar y crecer. El amor de Dios no puede guardarse en secreto o para uno mismo porque siempre es para el otro. El amor de Dios no te lo pueden quitar a menos que tú lo digas. Pero, ¿quién quiere negarse a sí mismo el regalo más precioso que la humanidad ha conocido o estar separado de lo único que nos llena con gran gozo y paz eterna? Dios es amor y también nosotros. Por tanto, amado hijo de Dios, amémonos los unos a los otros como Dios nos ha amado. Por eso, ese es el mejor regalo que verdaderamente nos podemos dar los unos a los otros. Padre Iván