Por P. Blake Britton

La Iglesia ha resistido numerosas tormentas a lo largo de su historia. Guerras, plagas, hambrunas, persecuciones… todo esto está grabado en la memoria de la Madre Iglesia, formando su sabiduría milenaria e inspirando su cuidado pastoral. Una de las nociones ingeniosas desarrolladas como resultado de estas pruebas es la práctica de la comunión espiritual. La teología de la comunión espiritual nos da una profunda comprensión de la misma naturaleza de la Eucaristía.

La Santa Misa (también conocida como la Eucaristía) es la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia. Como tal, es también el epicentro del cristianismo per se. Esto es cierto de dos maneras. En primer lugar, y más esencialmente, es la acción de Jesús ofreciéndose a sí mismo al Padre. En otras palabras, la Eucaristía es principalmente un sacrificio. La palabra sacrificio viene de dos palabras latinas: sacra que significan “santo” y facere, “hacer”. La Santa Misa, por lo tanto, es Cristo “haciendo santo” su cuerpo místico, la Iglesia. Es Jesús, a través de las manos de sus sacerdotes, reconciliando al mundo con el Padre. San Pablo lo dice muy bien: “Porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo

todo lo que existe” (Col. 1:20). Por eso el punto culminante de la misa no es la recepción de la Santa Comunión, sino la Doxología: ” Por Cristo con él y en él a ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos ¡Amén!” En estas palabras, escuchamos la razón por la que celebramos la misa, es decir, para ser testigos y participar en la acción salvadora de Cristo que nos une al Padre: ” Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn. 17:21).

Aquí vemos el objetivo principal de la comunión espiritual: unir nuestros corazones y almas con el sacrificio de Cristo hecho por el sacerdote en la Santa Misa. Aunque no podamos asistir físicamente a la Misa por circunstancias extraordinarias, nuestro Obispo y párrocos siguen celebrando la Eucaristía en privado. Por lo tanto, estamos llamados a unir nuestros corazones con el corazón de nuestros pastores que hablan a Dios en nuestro nombre y cumplen el mandato de Cristo de “hacer esto en memoria mía” (Lc. 22:19). Dondequiera que un sacerdote celebre fielmente la misa, ¡allí está la Iglesia! Las almas de los presentes y ausentes se integran en una única sinfonía de amor al Padre. Aunque tengamos que estar separados por seguridad y protección, podemos estar unidos unos a otros a través de la oración y la contemplación.

La práctica tradicional de la comunión espiritual también nos enseña que el deseo de Cristo es un medio de comunión con Cristo. La Iglesia antigua reconoció este hecho para los cristianos que fueron martirizados antes de recibir el bautismo. Aunque no recibieron el bautismo físicamente, fueron santificados por un “bautismo de deseo”. Su deseo de estar con Cristo les permitía experimentar los beneficios del sacramento, aunque circunstancias extraordinarias no les permitían recibir el sacramento físicamente. Lo mismo ocurre con la Sagrada Eucaristía. Santo Tomás de Aquino define la comunión espiritual como “un ardiente deseo de recibir a Jesús en el Santísimo Sacramento y un afectuoso abrazo como si ya lo hubiéramos recibido”.

Ha habido varias ocasiones en la historia en las que la Iglesia ha tenido que suspender la celebración de liturgias públicas. Esta decisión nunca se toma a la ligera. Como resultado, los fieles son llamados a afinar su deseo de Cristo en la Eucaristía, confiando que Dios comulgará con sus almas.

A la hora en que típicamente irías a misa el domingo, convoca a tu familia para una Liturgia de la Palabra leyendo las escrituras prescritas del día. Después de las lecturas, arrodíllense o párense juntos frente a un crucifijo y pídanle a Jesús que llene su corazón con su amor y gracia sacramental. Háganle saber cuánto desearían poder ir a misa, pero no pueden. Luego, pídele que una tu corazón con su Sagrado Corazón presente en el tabernáculo más cercano a ti en ese momento. Puedes ofrecer el mismo tipo de oración cuando veas una misa en vivo o por televisión.

Hay muchos que están preocupados y perturbados por la necesidad de suspender las liturgias públicas debido a la COVID-19. Esto es comprensible. Pero no podemos permitir que nos robe la paz y la alegría como hijos de Dios. Jesús conoce su corazón, su voluntad, su deseo. Permitan que sea una oración a Él durante este tiempo de crisis para que estas próximas semanas no sean una causa de estrés, sino más bien una oportunidad para la santidad.