“En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio. No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre.” Las lecturas de las escrituras durante la gran y santa temporada de Cuaresma nos señalan la profunda realidad del amor sufriente de Dios que no desea más que transformar las desafortunadas consecuencias del pecado y la desobediencia, en la clemente y eterna recompensa de felicidad y eterna paz. El amor y misericordia de Dios simplemente busca restaurar y reunir lo que estaba perdido a través de la muerte y la división de regreso al Padre. Dios quiere que regresemos y volvamos a casa con él. La Pasión de Cristo nos muestra cuánto Dios nos ama y desea. La Pasión de Jesús refleja la mayor expresión del infinito amor y divina misericordia de Dios. Hasta este punto, el mundo nunca ha sabido realmente ni visto cuánto desea Dios estar con nosotros. En la Cruz, el insondable amor divino de Dios, el paciente sufrimiento y la ofrenda sacrificial de sí mismo, brillan en su Hijo Unigénito, Jesús. En la Cruz, Jesús restaura libre y amorosamente el don precioso de la vida perdida por el engaño egoísta, el pecado y la oscuridad. Ahora la vida eterna está dada y se hace posible a través del don clemente de Cristo en la Cruz. Por nuestro bien, Jesús permaneció vulnerable al Padre y vulnerable a toda la humanidad a lo largo de toda su vida. Desde el momento que él entendió el plan del Padre hasta el momento en que lo cumplió en la Cruz, Jesús permaneció fiel a la voluntad del Padre. Incluso a través de su Muerte y Resurrección y todavía hoy durante cada Celebración Eucarística, Jesús permanece fiel a la voluntad del Padre. En su nacimiento y a través de su ministerio, incluso cuando fue tentado, perseguido, ridiculizado, Jesús permaneció obediente al Padre. En obediencia, confianza y misericordia, Jesús nos mostró su amor. Él nos amó en el principio, a lo largo de su vida, en su muerte y en el Cielo. Jesús todavía nos ama hoy y por siempre. Él permaneció totalmente abandonado, confiado y comprometido con el Padre, con su Divina Voluntad y con su Divino Plan. Sin ansias, sin reservas, sin preocupaciones, sin flaquezas, Jesús confiado y amorosamente coloca todo en las manos del Padre, incluyendo su propio ser, su vida, su espíritu, su alma. Imagina estar totalmente encomendado al Padre y a su Divina Voluntad. Imagina estar protegido, amado, cuidado, descansado, sin preocupaciones y en paz por toda la eternidad. Jesús viene a traernos la paz del reino de Dios. ¿Podemos tomar parte de su jornada al negarnos nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo? ¿Podemos orar en confianza, en tus manos Señor, encomiendo mi vida, mi espíritu, mi todo? Padre Iván
Primer Domingo de Cuaresma