Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman – Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.” El amor verdadero es verdaderamente un don divino, un santo misterio, una experiencia bendita, una cosa hermosa. Entonces, ¿por qué es algo tan increíble, tan increíblemente difícil entender, virtualmente imposible de alcanzar y cada vez más difícil de experimentar? Porque el amor verdadero es el fruto que nace de la perfecta abnegación, del santo sacrificio, de una profunda paciencia. Sin Dios, el amor se vuelve inútil e infructuoso. El verdadero amor solo puede ser hallado y experimentado, encontrado y compartido con Dios, a través de Dios, en Dios, para Dios. El amor es la verdad de Dios y la verdad es Dios nos ama. La Cruz es una gran escuela para nosotros. Nos muestra la perfecta abnegación de Dios, su santo sacrificio, su profunda paciencia. Aprendemos sobre el amor infinito y la divina misericordia. Aprendemos cómo amarnos a nosotros mismos e incluso a amar a nuestros enemigos, a ser bueno con nosotros y ser buenos con los que nos odian, a bendecirnos a nosotros mismos e incluso bendecir a los que nos maldicen, a orar por nosotros mismos e incluso orar por los que nos maltratan. El mensaje de la Cruz es difícil y desafiante, pero las recompensas son eternas y salvará a nuestras almas. Después de todo el rechazo, las palabras duras, el odio y la ira, Jesús permaneció en la Cruz para mostrarnos cómo es el amor verdadero. Cómo suena la divina misericordia. En un clemente acto de amor, Jesús ora al Padre para perdonar a quienes lo han ofendido, rechazado, abusado, descuidado. Pero nos olvidamos de amar. Nos olvidamos de cómo perdonar. La Oración del Examen de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es una gran herramienta para examinar nuestras mentes y probar nuestros corazones en las maneras que podemos haber ofendido a Dios y fallado en amarnos los unos a los otros. El formato es fácil de seguir y se puede usar fácilmente en la oración diaria. Primero, encuentre un lugar tranquilo y esté consciente de la presencia de Dios. Luego, Da gracias a Dios por las gracias y bendiciones recibidas a lo largo del día. Después, pídele al Espíritu Santo por la gracia de conocer tus pecados y que te revele las maneras que has fallado en amar a Dios, a tu familia, a tu prójimo, a tu enemigo, a ti mismo. Luego, revisa tus pensamientos, conversaciones y acciones a lo largo del día. Finalmente, con un corazón contrito, pide a Dios que te perdone. Pide la gracia de hacer una buena confesión. Cuanto más experimentes el Amor de Dios, más fácil será amar a nuestros enemigos. Padre Iván
Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario