Jesús le dijo, “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Has una pausa por un momento y piensa sobre tu peor temor. Tú sabes, esa cosa que más temes. Esa cosa que causa que tengas noches sin dormir, que comas en exceso, que llores incontrolablemente cuando estás solo. ¿Qué tal si esa cosa realmente sucedió? ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Pierdes tu trabajo, ellos se dan cuenta que mentiste, eres humillado? Bueno, eso podría pasar. Pero nunca olvides que Dios te ama, él realmente te ama. Dios nunca te abandonará. Dios te salvará. El plan de Dios es tenerte con él por toda la eternidad en su Reino celestial. Un lugar en el que no hay miedo, ni llanto, ni sufrimiento, ni dolor, ni muerte. Entonces, si tu peor temor llega a pasar, la Buena Nueva es que como quiera terminas con Dios. Tememos al sufrimiento y al dolor y a la vergüenza y a la pérdida. Esas cosas realmente nos asustan y nos deshabilitan. Pero con Dios, hay infinito amor y misericordia y consolación y paz incluso en momentos de temor y sufrimiento y vergüenza y pérdida. Especialmente en esos momentos. Los dones de Dios y la gracia de Dios son más abundantes que todos nuestros temores combinados. Donde hay temor, hay mucha más gracia. Cuando estamos temerosos, los brazos de Dios nos sostienen aún más fuerte. Cuando estamos asustados, tengamos la certeza que nunca estamos solos porque Dios está con nosotros. Él nunca te abandonará. Las cosas que deben darnos más miedo son nuestro orgullo y nuestra insensibilidad por el pecado. Estos nos separan de los clementes dones de Dios, de su santa presencia, de su asombrosa gracia. Y eso realmente debería de asustarnos. Necesitamos a Dios. Realmente lo necesitamos. No podemos vivir sin él. El Santo Temor es nuestra fortaleza en los momentos de tentación, en momentos de duda, en momentos de orgullo e incluso en momentos de pecado. En estos momentos, la gracia de Dios nos inunda con el conocimiento que él nos ama, el entendimiento que Dios es más grande que todos nuestros temores, la sabiduría para vencer nuestro pecado y la fortaleza para superar nuestra condición de orgullo. Pero nosotros tenemos que cooperar con la gracia de Dios. Nosotros debemos ser mansos y humildes de corazón como Jesús y rendirnos a los dones del Espíritu Santo. El temor nos puede deshabilitar, encarcelarnos, callarnos, causarnos fatiga y llenarnos de ansiedad, pero solo si lo permitimos.  Jesús dice: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.  Dios siempre está con nosotros.  Él nunca nos deja solos. En momentos estresantes, en momentos de gran miedo y ansiedad, di una oración, di a Jesús, ¡Jesús, en ti confío! Padre Iván