Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.” Jesús es el Rey de reyes y el Señor de señores. Él es la Palabra real pronunciada por Dios hecha visible. El mero sonido de su Sagrado Nombre causa a todas las creaturas en el Cielo y en la Tierra y debajo de la Tierra a reverenciarse y adorarlo incesantemente. Uno podría pensar que como él es la Divina Majestad, su corona estaría hecha del oro más puro y cubierta de las piedras más preciosas y adornada con las gemas más raras. Pero este Rey es un rey pastor, un rey servil, un rey pobre, manso y humilde. Su corona es una Corona de Espinas – La corona del Mesías, el Rey de los Judíos. Cuando contemplamos la Corona de Espinas, además de ver el dolor sufrido por Cristo, uno también debería ver a nuestro clemente Salvador orando, amando, reparando por los pecados de la humanidad. Qué asombrosa gracia es entender esto. No ver a la Cruz con deshonra o como algo deshonroso sino ver amor, el amor de Dios. Nosotros necesitábamos que Jesús muriera. Que muriera en una muerte tan cruel para que derritiera la testarudez de nuestros corazones y disipar la maldad de nuestras mentes para poder sentir, ver y experimentar la profundidad del amor de Dios por la humanidad, su asombrosa paciencia, el íntimo amor que tiene por cada uno de nosotros. Jesús tenía que morir una muerte horrible por cada uno de nosotros, para liberar a cada uno de nosotros. No es posible que nuestras mentes y corazones pudiesen comprender el amor de Dios para los suyos. Necesitamos entender que Jesús permitió ser ridiculizado y humillado y coronado con espinas para mostrarnos cómo se ve el amor incondicional. Oh Señor, nuestras almas te pertenecen, te anhelan. Gracias por concedernos perdón y paz. Oh Señor, nuestros corazones te aman porque los limpiaste, los lavaste, los besaste y los hiciste tuyos. Nuestros espíritus se regocijan en ti. Amamos estar contigo, servir contigo, ayudar a otros a través de ti, permanecer en silencio y en oración contigo. Pero nuestras mentes pueden estar lejos de ti; por momentos cargadas, por momentos cansadas, por momentos lentas. Nuestras mentes están siempre analizando, siempre cuestionando, siempre sospechando. Que tu Corona de Espinas atraviese nuestras mentes con tu luz y tu gracia maravillosa. Y que tú nos corones en tu gloria porque eres verdaderamente nuestro Señor y Rey. Padre Iván
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo